1 de septiembre de 2001

La vida sin TV


MEDIOS

A partir de la infaltable presencia de los televisores en los hogares del mundo, la vida de las personas se manifiesta y organiza en torno a la oferta de programas televisivos. Quebrar la dependencia resulta irreversible en la actualidad. Qué cosas dejamos de ver y pensar de nuestro andar cotidiano al querer ver todo lo que nos muestra la televisión.

Por Javier Cacio



La segunda mitad del siglo XX, en materia de comunicación, estuvo signada por la inserción de la televisión como medio masivo. Más allá del logro tecnológico, lo interesante de este invento, es precisamente la marcada influencia que ha tenido sobre las costumbres de los individuos a nivel mundial. La televisión ha tomado fundamental preponderancia sobre la instrucción y formación de muchas generaciones de individuos; por lo que, culturalmente, ha tenido un papel decisivo. El consumo televisivo en la actualidad puede decirse que es total gracias a la instrumentación técnica desarrollada en esta área. A través de los satélites, la gran cantidad de canales por cable, y la gran vía de internet,es posible que la televisión, tenga llegada a casi todos los rincones del planeta.


Sabido es que desde su origen hasta la fecha, el televisor es el rey entre los electrodomésticos, como foco de modernidad y materialismo a la hora de amoblar nuestras viviendas. Incluso sobre este aspecto, la arquitectura a tenido que modificar sus técnicas y variar estilos en torno a la disposición de lugares exclusivos para la presencia de los televisores. Pero más allá de este dato, mucho más significativo es el hecho que las personas organicen su vida sujeta a una programación televisiva. Culturalmente la televisión nos presenta estereotipos y modelos de una realidad muchas veces imaginada, contrariamente a lo que verdaderamente sucede. La manera de proyectar, como así también de cumplir los “sueños”, tantas veces construidos desde la televisión misma, forma parte de un factor común, y constituye el convite para una teleplatea dispuesta de la mejor manera para la entrega mediática.


Claro está, la publicidad, ha encontrado en la TV la ruta más clara y perfecta para volcar todo su potencial donde los productos a consumir son los peldaños más cómodos y accesibles para el logro y la satisfacción de toda persona hacia la cima de una vida de eterna felicidad y placer.


Con todo esto, es más que elocuente afirmar la fuerte dependencia que este medio tiene sobre las personas. Innumerables estudios de investigación han dado pruebas acerca de la cantidad de horas que los niños están en contacto con la “caja boba” y sobre la repercusión que ocasiona en su desarrollo intelectual. Sin duda alguna, para aquella persona que desde su infancia recibió una influencia televisiva, producto seguramente de un consumo sostenido, les serán reincidentes las consecuencias de este aprendizaje, a medida que se desarrolle en el deambular de su vida cotidiana, precisamente haciendo de sus usos y costumbres un reflejo de aquellos modelos estereotipados construidos por el medio, sobre todo en el aspecto social, como así también en lo psicológico. Al respecto nadie se atrevería a contradecir que en muchas ocasiones la TV adopta un rol de niñera, en auxilio de una madre desbordada por la mala conducta de sus hijos. ¿Quién podría quedar totalmente inmune del virus electrónico más importante y abrasivo de todos?.


La idea de la TV como reducto de una industria cultural en aumento es algo ya conocido. Sin hacer una enumeración exacta de géneros, podemos ejemplificar en las comedias familiares producidas por la pantalla estadounidense, para constatar históricamente cómo se han ido transmitiendo ciertos lineamientos de formas de vida, instaurada por una política económica neoliberalista, a efectos de difundir y concientizar a la ciudadanía como correcto a dicho modelo económico.


Por otra parte, la televisión, instalada desde un lugar más bien comercial, con fines lucrativos, dada su estructura empresarial, elabora, organiza y racionaliza sus productos teniendo en cuenta ciertas segmentaciones de público de acuerdo a un status económico. Cabe aclarar, para no redundar, que a la hora de jerarquizar al consumidor, es inevitable realizar una interrelación de factores integrados por los ya mencionados económicos, socioculturales y psicológicos, que cierran la cadena de consumo mediático. Las consecuencias han sido el progresivo crecimiento que hubo durante la última década de los programas de TV por cable en donde hay una fuerte especialización temática en el contenido de la programación. Ejemplo de esto son los canales de cables dedicados exclusivamente a programaciones como documentales de historia contemporánea, sobre temas vinculados a la flora, la fauna y la ecología, los programas de cocina, que abarcan a un público mayoritariamente femenino, canales con exclusividad de programación deportiva, donde es la teleaudiencia masculina la gran consumidora, y obviamente, canales con programación infantil, destinados a los televidentes por excelencia.


Hasta aquí es casi imposible pensar la vida moderna sin televisión. Pero para no transitar por un terreno cargado de escepticismo, no es la intención plantearnos una vida de aislamiento mediático. Todo lo contrario. No es necesario un televisor para estar pendientes de lo que sucede en el país y en el mundo. La radio y los medios gráficos brindan un servicio similar para nutrirnos a sobremanera de noticias de todo ámbito y a todo momento. Pero cabe plantearse como pregunta existencial: ¿qué sucedería si realmente en nuestros hogares no estuviese presente la imagen instantánea de lo que sucede en cualquier parte del mundo, mientras cenamos, mientras nos vamos a dormir, mientras nos levantamos por las mañanas o simplemente mientras no tengamos nada que hacer?

Seguramente los minutos se transformarán en horas, las horas en días, y los días en años... Pero para no ser dramáticos, más allá de la ironía, el no tener un consumo televisivo puede ser algo muy curioso e intrigante. Tal vez nos quedaríamos al margen de algunas conversaciones en rueda de amigos, donde se comenten los programas de turno. Si bien cabe mencionar la tan famosa frase “sobre gustos no hay nada escrito”, se podría ocupar un lugar de relativa calma, dentro de la tormenta televisiva, para un mejor análisis de nuestras relaciones humanas. Surge de esto un gran sentido crítico de quien escribe hacia aquellos que originan y acumulan un ocio en pos del consumo desmedido de televisión.


Pero dejando volar la imaginación, qué mejor sería que compartir más tiempo con los hijos o con los amigos en vez de llegar a tiempo para el comienzo de los goles de la fecha futbolística, de la comedia diaria, de saber “quién debe abandonar la casa hoy”, o de aquella película estreno de la pantalla grande presentada con grandes luces con “la primera hora sin cortes”. También, y por sobre todas las cosas, tendríamos un desafío en descubrir otras facetas de nuestra personalidad, tales como alguna habilidad oculta, para volcar, tanto en el terreno artístico, como literario, o simplemente con cualquier manualidad.

Sin caer en una postura de soberbia, a esta altura resulta conveniente plantear cuan más importante sería tener un mayor contacto cara a cara con las personas que a través de la televisión, como tan equivocadamente se nos quiere convencer, evidenciando algunos rasgos de liviandad.

Sin dejar de reconocer el lugar de importancia que ha tenido y tiene la televisión en términos de comunicación, la presente no pretende ser más que una luz amarilla en la autopista de nuestro intelecto. No obstante, para dejar las cosas en claro, no está de más afirmar con mayúsculas que... ES POSIBLE VIVIR SIN TV.

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