1 de octubre de 2001

La otra mirada: cineastas al pie de la barricada

GRUPO DE CINE INSURGENTE

Los integrantes del grupo están convencidos de que el cine puede ser un arma efectiva de contrainformación al servicio del pueblo. Creen que sirve para mostrar estéticamente una realidad que no se muestra o que se muestra de manera inconexa. Y que además permite generar acciones.

por Natalia Vinelli *


Toma 1

La cámara se agita; no se queda quieta. Baja a la altura de las rodillas y corre entre la gente. Recibe como todos, una andanada de perdigones policiales. Se escucha un “¡Vamos carajo!”; es el momento de la defensa con piedras y barricadas. La infantería avanza. “La gomera, la gomera!”, se oye de cerca. La cámara se detiene y jadea. Apostada ahora en una esquina, registra la resistencia de los que no tienen ni trabajo ni futuro.

No se ven caras, semejante exhibición sólo sirve para abultar las causas judiciales. En cambio muestra el coraje y el miedo, la impunidad del gatillo fácil.

La represión al corte de la ruta 3 en Isidro Casanova, fue dura. El corto, bautizado La resistencia, sirvió para el debate posterior entre las familias que pelearon aquella fría mañana del 14 de agosto de 1997, cuando se sumaron al paro en reclamo de trabajo y condiciones de vida dignas.

Todos en el barrio tiene una copia de ese “noticiero obrero” que construyeron colectivamente y que, como experiencia, sentó las bases para el nacimiento del grupo de Cine Insurgente.


Toma 2

Se reconocen en el Cine de las Bases de Raimundo Gleyzer y en los trabajos del cubano Santiago Álvarez, quien supo “contar en un fragmento de cinco minutos la guerra de Vietnam mucho mejor que toda la gran industria yanqui”. El concepto de “insurgencia mediática” del Subcomandante Marcos les dio el nombre.

El grupo de Cine Insurgente (Fernando Krichmar, Alejandra Guzzo y Agustín Fernández, entre otros) se formó en la lucha y se consolidó en 1998, durante la campaña contra el despotismo de Julio Mahárbiz (titular del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales durante el gobierno de Carlos Menem) y el boicot al Festival de Cine de Mar del Plata.

“De esa situación salimos fortalecidos. Empezamos a montar Diablo, familia y propiedad y se núcleo un poco más de gente. La idea fue siempre la de hacer un gripo, que no es un tema menor. Porque por más que pareciera que el cine es un arte colectivo, en general es un montón de tipos cumpliendo el sueño de uno, con el agravante de que acá no hay guita alrededor. Entonces, empezamos a reflexionar acerca de una forma distinta de hacer cine”, explica Fernando Kirchmar, director del film que narra los crímenes del Ingenio Ledesma, en Jujuy.


Toma 3

El 27 de julio de 1976, cuarenta camiones con el logotipo de la empresa Ledesma irrumpieron el pueblo de Libertador General San Martín y secuestraron a más de 400 personas. El operativo, dirigido por las Fuerzas Armadas genocidas, siguió la lista que habían entregado los dueños del ingenio. Esa noche se conoció como “la noche del apagón”, Diablo, familia y propiedad narra esos hechos, los pone en contexto, los trae al presente. A partir de la leyenda del familiar, encarnadura simbólica de la explotación en el imperio del azúcar, la película recorre la historia de la lucha de clases en el norte argentino, desde las migraciones forzosas de los aborígenes a principio de siglo hasta los actuales cortes de ruta, pasando por el sindicalismo combativo y la lucha de las Madres de Plaza de Mayo.


Toma 4

“Vale más en mi opinión transmitir a 20 personas ideas claras que ideas confusas a millares. Pienso que el problema fundamental cuando hacemos un film es plantearnos a quién está destinado”, escribió Gleyzer hace unos cuantos años. Para Kirchmar, ese pasaje del autor de Los traidores es fundamental y mantiene absoluta vigencia. Por eso no es casualidad que Diablo, familia y propiedad termine con los cortes de ruta de Libertador General San Martín: “Esos fueron los únicos cortes donde se echó a la cana – sostiene –, y se la echó después de combates muy duros. Para nosotros eso era clave, porque estábamos podridos de los filmes de explotación del tema de los derechos humanos que terminan con una cosa llorosa, bajoneante; y que contrabandean la teoría de los dos demonios o el derrotismo. Queríamos hacer una película que terminara para arriba, no generando falsas ilusiones pero dejando en claro que la única forma de cambiar esto es con la lucha. Eso demostró Libertador, esa fue una victoria de la gente”.


Toma 5

Los integrantes del grupo están convencidos de que el cine puede ser un arma efectiva de contrainformación al servicio del pueblo. Creen que sirve para mostrar estéticamente una realidad que no se muestra o que se muestra de manera inconexa. Y que además permite generar acciones, como el apoyo humano a la marcha en memoria del apagón (el año pasado salieron para Jujuy “tres bondis llenos de gente”), o el escrache de H.I.J.O.S. a la Blaquier, dueña del imperio azucarero.

Diablo, familia y propiedad se estrenó en el cine Cosmos (una sala independiente pero comercial, ubicada en la Capital Federal) básicamente por finanzas. Se mantuvo cinco semanas. El día de la presentación la sala se desbordó de gente. Estuvo el Perro Santillán y la actividad tomó un perfil marcadamente político. Pero la película ya se había visto (y se la sigue viendo) en círculos estudiantiles y obreros del norte, en barrios de Buenos Aires, en sindicatos, y en facultades; siempre fomentando el debate y la participación.


Perspectivas

El grupo de Cine Insurgente sobrevive de forma absolutamente independiente, sin recibir subsidios de ningún tipo. En estos días concentra su atención en un nuevo documental: ¿Qué tu prefieres chico?, que espera ver la luz próximamente. ¿El tema? Dos barrios periféricos, uno de Cuba y otro de Argentina.

Así las cosas, las últimas palabras se las últimas palabras se las dejamos a Gleyzer: “En mi país es absolutamente imposible hacer un film al interior del sistema, pues existe una censura que actúa no sólo sobre los filmes políticos sino, sobre todo lo que toque las relaciones humanas. Por eso preferimos hacer filmes fuera del sistema y mostrarlos a pequeños grupos de gente. Que sean pequeños no tiene importancia”.


* Esta nota fue recibida por una cadena de e-mails. Contracultural decidió transcribirla en forma completa.

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