5 de enero de 2010

“La pintura es la continuación de la política por otros medios”

ENTREVISTA AL ARTISTA PLÁSTICO GERMÁN GARGANO

Germán Gargano fue preso político ocho años en la última dictadura militar, la época más oscura de nuestra historia. Estuvo detenido en Sierra Chica, La Plata; y allí, como algo impensado, descubre su vocación por la pintura. En ese contexto, y a través de cartas con ejercicios que intercambiaba con su gran maestro, el pintor Carlos Gorriarena, afianza y consolida su pasión por la pintura. Luego de haber estar detenido se recibió de psicólogo.

Por Natalia Benavidez
El año 1991 fue consagratorio para el pintor. Ganó la Beca PollockKrasner, otorgada por la fundación que se formó con el legado que dejaron Jackson Pollock y su esposa, la también pintora Lee Krasner. Fue el segundo artista argentino en obtener esa beca. El Museo Nacional de Bellas Artes compró su pintura El Réquiem, con la ayuda de la Fundación Antorchas y de la Galería CDS de Nueva York. Realizó el mural cerámico Santuario (de cinco metros de largo por un metro veinte de altura), para la estación Pueyrredón de la línea B de subterráneos y fue invitado a participar en la Bienal de Cuenca, Ecuador. Finalmente, también en 1991, presenta su primera muestra en Estados Unidos, donde hasta la fecha lleva realizadas diez exposiciones, entre individuales, grupales y colectivas. Gargano, un artista que a través del arte refleja su “relación” con la política que marcó aquellos años tan difíciles.

- En la ciudad de La Plata, mientras estabas detenido, nace tu relación con la pintura, como consecuencia de tener que elegir entre la pintura y la carpintería cuando te ofrecieron como actividad de “recreo”, y teniendo en cuenta que por aquellos años estabas estudiando medicina. ¿Qué te impulsó a esta elección?

- En realidad se podía hacer carpintería, talla en hueso, pintura y otra especialidad. Eran cuatro o cinco cosas. Con la pintura nunca tuve que ver. Con la carpintería tenía una relación más cercana, a mi viejo siempre le gustaron las herramientas, pero tampoco tenía que ver con la carpintería pero le gustaba tener la mesa de carpintero. Mi papá se había echo una, tener unas buenas herramientas y de pronto hacer algo. Siempre me quedó esa cosa linda de la carpintería. Entre las opciones que había, y debo haber recordado (en ese momento) que en casa cuando yo era chico, esa cosa de valorar una mesa de carpintero, una buena herramienta. Entonces me dije: “qué bien, a lo mejor hay algún taller que nos llevarán ahí a hacer algo porque en la celda no sé puede, está bueno, carpintería ya está”. El grupo de gente, que éramos cinco, seis, siete, que estábamos más juntos en los llamados “recreos” (en términos carcelarios recreo se define a salir al patio a caminar y hablar con el resto), teníamos más afinidad. Había un escritor; un científico-físico; un antropólogo. Entre nosotros estábamos más en contacto, charlábamos de literatura, de política, pero sobre todo teníamos afinidad cultural, de cine. Uno de ellos dijo vamos hacer pintura. Si elegía carpintería me iba para otra ranchada. Entonces seguimos juntos y dije: vamos hacer pintura. No fue porque dije: ah qué bueno, fue para seguir juntos. No sé podía hacer nada en la cárcel. Te daban algunos libros por mes que traían las visitas y solamente tenías eso (los libros) y el espacio llamado recreo. En este contexto, empecé efectivamente hacer pintura. Me la tomé en serio, me empezó a gustar. Empecé a pintar, a hacer cosas, y en conjunto con ese beneficio que me dieron, también se podían empezar a entrar libros de estudios. Había estado prohibido durante seis años. Eran libros de medicina, en esos años estaba estudiando medicina. Cuando comencé a participar en los recreos, volvía a mi celda y leía ocho horas y pintaba dos horas. Luego fue cambiando, pintaba ocho y leía dos. Un día un guardia me encargó que le haga el retrato de la hija, y me trajo la foto se lo hice en acuarela. Una de las cosas a la que le tomé mucho gusto es la acuarela. Esta fue la manera que nace la relación con la pintura.

- ¿Qué etapas tuviste que atravesar durante la detención y posterior a la detención para ir definiendo al artista plástico?

- No tenía un planteo de ser un gran pintor. Iba a retomar medicina cuando saliera. Desde los 10 u 11 años es algo que yo quise seguir. Esto me gustaba mucho y me había embalado. Cuando salí fui al taller de Carlos Gorriarena, eran clases obligatoriamente por correspondencia, y una correspondencia no fácil por las circunstancias. Así que el procedimiento era numerar las zonas pintadas en la parte de atrás de la hoja y yo hacía una especie de copia en chico a “grosso modo”. Cada vez que ponía un color, lo ponía también en un papel más chico y en el mismo lugar. Así, al final tenía la copia entera para que cuando me llegara su devolución y él me escribiera sobre tal o cual zona (por ejemplo, la zona conformada por 3-4-6-8-9) supiera a qué se estaba refiriendo. Y como a parte de tener yo la copia de referencia no habían pasado tantos días y lo tenía fresco mentalmente, podía ubicarme. Luego tapaba con un papel las zonas que me criticaba y veía que efectivamente el resto mejoraba. Y a la inversa. No mucho más, era suficiente. También Carlos, a partir de dichos trabajos-ejercicios, y ejemplificando así en concreto, me hablaba por escrito de toda una actitud para entrar en relación con la pintura a partir no de reglas académicas o del estudio teórico sino del ejercicio visual, de un entrenamiento de la mirada, que siempre era lo medular de su enseñanza: aprender a ver, la sensibilidad de la mirada para advertir dónde uno estaba jugado por entero en el trabajo, y dónde no. Dónde uno sin dejar de ser uno puede ir más allá de lo que sabe de sí mismo, y por lo tanto poder así, sorprenderse de lo que vale la pena sorprenderse. Me enganchó mucho el criterio de trabajo de Gorriarena. Me gustó mucho lo que escribía, por ejemplo en una carta decía: “el equilibrio se llega, es intransferible, es de cada uno...” Esto que es para la pintura, pero va más allá, tenía mucho que ver con una actitud de vida, que abarcaba ya otras cosas, la forma de decirlo, y me encontré en sintonía. No era por el término técnico-pictórico, era por una cuestión de pensar las cosas, de vivirlas. Nunca me había planteado dedicarme a la pintura.

- ¿Influyó en tus obras haber estado detenido en la época de la dictadura?

- Definitivamente. No sólo eso, sino también todo lo vivido en los setenta, todo lo que uno de la adolescencia en más estuvo metido, en la cuestión política y sus consecuencias, personales o sociales. Siempre pensé que uno puede pintar una manzana y dar tanto o más testimonio que algunos que pueden dedicarse a pintar torturados. Yo pinto y pinté siempre con ese espíritu, más allá de que yo lo haya vinculizado por ahí porque bueno, es con lo que he convivido. Es muy personal. Por ahí otro estuvo preso y pinta cosas más intimistas. En mi caso, estuvo muy atravesado.

- ¿Se podría sostener que tus pinturas están atravesadas por lo político, o más bien son “escape” de ese momento doloroso?

- Escape no. Lo político está presente. No sé si definirlo en cuanto a mi relación personal con lo político y mi relación personal con la experiencia vivida. Escape en el sentido de sacar afuera lo que uno podría traer, posiblemente pueda ser una consecuencia. Yo trabajé con mi experiencia de vida. Incluso la experiencia de vida de ese momento que pintaba y lo que había atravesado. No porque eso me hiciera sentir mejor. Me hacía sentir mejor producir. Sentía que tenía algo que decir sobre mí y creo que eso es lo que más me vincula conmigo mismo. La pintura siempre la entendí que no puede estar ajena a la relación con uno mismo y qué voy a pintar. La vida de uno es mucho, todos tenemos una infancia. Uno queda marcado por muchas cosas. Uno sale de 10 años de cana y escribe sobre el amor y no sobre la tortura, depende de cada uno. Yo sentía que ahí, más intensamente, me relacionaba conmigo. Es decir que lo mío no tenía una función política hacia el afuera, ni como descarga que eso me hacia sentir bien porque me liberaba de fantasmas. A lo mejor como consecuencia de eso se produce. Era algo que yo tenía que decir y que me respondía en el diálogo el cuadro en eso que yo hacía. La experiencia de lo que viví y de lo político, porque esa experiencia esta atravesada por lo político, pero también es una experiencia de vida de lo que pasé, de todo el clima que se vivió en esa época, cómo afecto, a veces íntimamente. El cuadro es un reflejo de las situaciones que atravesé. Esas imágenes de las que pronto parto, porque a veces son imágenes que veía en diarios y esas me impactaban. Son imágenes que por un clima que esta en la imagen, porque hay muchas imágenes políticas, y a mí nunca se me dio por pintar un retrato del Che Guevara. No me dice nada y hay otras que a veces son un enjambre de cosas y hay otras que me dicen mucho.

- ¿Cómo era Carlos (Gorriarena) como maestro y como artista?

- Carlos como maestro era muy generoso y siempre atento al proceso de cada uno. Es decir que no se guiaba por parámetros exteriores sobre lo que debe o no hacerse, sobre ciertos ideales a alcanzar sino por aquello personal y muy propio que aparecía en nuestros trabajos. Ahí sí era muy crítico cuando eso no sucedía. Lo importante para él era siempre estar vigilante a que uno no se apartara de uno mismo y al riesgo puesto en cada trabajo para que eso apareciera. Sabía muy bien objetivar las cosas valiosas de cada uno, y siempre las sostenía, nos ayudaba a sostenerlas. Era una rara conjunción de una mirada crítica y sin concesiones y a la vez para nada persecutoria ni sancionadora, siempre se lo sentía hablando desde uno, desde lo que cada uno tenía para decir con la pintura. Y como artista era y es un grande. Su pintura puede ser de primera línea en cualquier lugar del mundo. No hay mentiras ni cáscara. Nunca trató de capitalizar sus propios logros, no se construyó muletas, ni se construyó un estilo formal. Siempre estaba en un diálogo y una relación muy íntima con la realidad y con sus circunstancias vitales, y es eso lo que volcaba en sus trabajos. Así, daba a ver en sus cuadros, esa relación tan personal que sabía tener consigo mismo y con su entorno.

- ¿Qué se conjuga a la hora de pensar en arte como una manera de hacer política y a la inversa?

- Creo que la pintura es como la continuación de la política por otros medios, entonces creo que actuaba así en mí, incluso la elección de la pintura, no sólo lo que pueda pintar. La continuación de la política por otros medios sería en el sentido de no estar camuflando, usando un medio, para decir una cuestión política. Estoy hablando de la relación, no es que yo quiera hacer política por medio de la pintura, en el sentido del mensaje. Para mí esa sería una relación utilitaria, es decir que vos utilizas la pintura para transmitir un mensaje. No es mi manera de relacionarme, no me la creo mucho en mí. En el sentido de la continuación de la política por otros medios, sería en el sentido de no estar camuflando, “usando” un medio para decir una cuestión política. No me refiero a la pintura o al mal uso de la pintura. Así lo defino, es la continuación de la política por otros.

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1 comentario:

Zapiola dijo...

Bien por el artículo. Para no quedarnos con las ganas de VER algo más del artista debería incluirse un link a algunas obras. Tampoco sobraría una semblanza POLÍTICA de Gargano.