6 de mayo de 2010

Otra mirada siempre es posible

LIBROS: LA IRRUPCIÓN DEL DELITO EN LA VIDA COTIDIANA

Un grupo de investigadores de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA, se propuso abordar una problemática de permanente vigencia, como la del delito, desde los paradigmas teóricos de la comunicación y la cultura. El conjunto de sus trabajos fue compilado por los investigadores Stella Martini y Marcelo Pereyra en “La irrupción del delito en la vida cotidiana. Relatos de la comunicación política”, un libro que ensaya explicaciones y metodologías desde un enfoque transdisciplinario que recorre las definiciones que diferentes actores sociales construyen sobre el delito. Lo que sigue es un extracto del capítulo introductorio.

Por Contracultural

DESARMANDO SENTIDOS: EL DELITO COMO FENÓMENO POLÍTICO

Constituido en amenaza para la vida cotidiana y la gobernabilidad, el crimen es promotor de nuevas exigencias de orden y control y favorecedor de políticas de “mano dura”, y ha puesto en circulación una enorme masa de interpretaciones a través de las conversaciones sociales y diferentes géneros de los medios masivos. Habitualmente los relatos sobre inseguridad, miedos, desconfianza de las instituciones, reclamos de vigilancia y orden social se interpretan y se viven como definiciones, modelos o historias productos del sentido común y la costumbre, y atravesadas por la verdad. Hablan sobre crímenes y castigos, o sobre cómo gestionar y vivir la incertidumbre. Son interpretaciones ancladas en matrices culturales cuyos orígenes cruzan los planos de la tradición y la modernidad, la religión y la ley, y los de la historia y las memorias sociales, y cuyos recorridos se organizan durante la constitución del Estado liberal moderno y el aporte de la primera criminología. Sus sentidos, relacionados con los diferentes momentos de nuestra historia política, se construyeron y siguen construyendo desviando la discusión de problemas estructurales y resumiendo en el delito todas las violencias y simplificando la cuestión con la vieja fórmula del mal contra el bien. Triunfando en la lucha moderna sobre el sentido del orden y la ley en las sociedades liberales, la explicación facilista sobre causas, efectos y políticas de y sobre el delito y sus relaciones con la sociedad responde brevemente al antagonismo civilización y barbarie.

En el presente, los relatos con mayor poder de publicidad y de agenda coinciden en que la vida cotidiana es insegura por el incremento delictivo y la dificultad del aparato del Estado, por inoperancia o complicidad, para combatirlo y lograr el retorno a una versión imaginada de comunidad apacible. Este sentido que hegemoniza gran parte de los discursos públicos sobre el problema se abre paso lentamente desde el retorno a la democracia en 1983 y comienza a instalarse como agenda social y mediática a mediados de los 90, cuando el delito se presenta como una nueva problemática por su magnitud cuantitativa y las graves modalidades en la comisión de los hechos contra la vida y la propiedad. Tal situación encuentra al aparato represivo del Estado desprevenido: no hay leyes ni cárceles adecuadas, ni policía y justicia suficientes y preparadas; no existe una política pública eficiente o completa sobre el tema.

Las distintas formas que adquieren los delitos más graves contra las personas, ya sea los causados por las agencias del Estado como por la delincuencia “común”, originan reacciones entre familiares de víctimas que crean organizaciones de distinto tenor e ideario. En 1990, en Catamarca, la violación y asesinato de María Soledad Morales y el posterior encubrimiento del hecho por las autoridades provinciales retoma la práctica de las Madres de Plaza de Mayo en las denominadas “marchas del silencio”, que logran poner el acontecimiento en el espacio público y la presión sobre el gobierno nacional y la justicia, se constituyen en un nuevo hito por el reclamo de justicia y contra la corrupción y so acompañadas por una vasta producción informativa. Años más tarde, y ante otras victimizaciones sufridas por jóvenes, surgen COFAVI, Madres del dolor, AVIVI, Organización por la Vida y la Fundación Axel Blumberg por la vida de nuestros hijos, entre otras. Algunas de estas organizaciones ponen el acento en la corrupción y/o la negligencia de las agencias policiales y judiciales; otras pugnan por mejores medidas de prevención y sentencias más duras para los criminales; y algunas, preocupadas por la vigencia plena y generalizada de los derechos humanos, denuncian la violencia institucional. El llamado caso Blumberg (ocurrido en 2004) enfrentó a unas y otras en un debate por la hegemonía del discurso sobre la seguridad. Estas organizaciones, junto a centros de estudio y asistencia legal como el CELS, y nucleamientos políticos como CORREPI, vinieron a llenar espacios baldíos abandonados por un Estado desentendido de éstas y otras consecuencias socioeconómicas de las políticas neoliberales.

La violencia delictiva se expresa en discursos que hegemonizan un sentido cerrado sobre la inseguridad, sus causas y consecuencias, construido por los sectores más cercanos al poder. Por ejemplo, desde el gobierno del ex presidente Carlos Menem se sostenía que los migrantes de países cercanos eran los principales responsables del delito; luego la problemática fue asociada con la juventud de los delincuentes y sobre todo con su condición social. Entrelazando distintas problemáticas, pobreza, inmigración, desempleo, exclusión social, violencias, el estereotipo dominante del delincuente es el varón joven pobre (“villero”).

En este contexto, también se resignifica la categoría de vecino, que nombra ahora a los individuos que se unen para el reclamo o para optimizar la prevención en sus lugares de residencia, y que realizan una firme intervención sobre problemáticas urbanas relacionadas con el uso de los espacios públicos. Si los medios construyen una geografía de la ciudad en la que el miedo actúa como un operador simbólico que organiza los usos espaciales y regula las relaciones con las autoridades, el miedo se transforma en una verdadera epidemia: en la noticia, el delito es omnímodo, altera la socialidad e instituye nuevos e inestables pactos de coexistencia. Esta gestión del miedo favorece la construcción de imaginarios heterófobos en los que el otro distinto –si cumple con un estereotipo donde la condición de clase es fundamental- es peligroso por naturaleza. Ha surgido por lo tanto una construcción de la diferencia como espacio de disputa política, de modo que el debate sobre las causas de la problemática delictual y sobre las distintas estrategias para controlarla vino a reactivar tensiones de clase adormecidas en la historia de la formación moderna del estado nacional, acuñadas por Sarmiento de modo paradigmático y reafirmadas por la legislación de comienzos del siglo XX, cuando el anarquismo llegado de las zonas pauperizadas de Europa, se organizaba en las ciudades.

En resumen: en el marco del incremento del delito, de la creciente inseguridad en amplios sectores de la sociedad, y por la acción de los medios que han hecho de su información una mercancía redituable en el seno de procesos de concentración y crisis mundial, los diversos actores sociales ponen en juego diferentes novedades en las prácticas con viejos discursos, situación que permite hablar de renovación y contradicciones en la comunicación pública que el caso de estudio que reúne crímenes, infracciones, victimizaciones, justicias, control y represión ilustra de modo singular. Este fenómeno, reunido no por casualidad con un anacrónico racismo de clase, posibilita la instalación de propuestas sustentadas en la antipolítica, y opera peligrosamente sobre la democracia.

HACIENDO FOCO: DISCURSOS Y PRÁCTICAS SOBRE Y PARA EL DELITO

Todos los textos trabajan sobre los modos y sentidos de la comunicación del problema, abordado global o particularmente, que permiten identificar y explicar las voces, acciones, y relaciones construidas entre las instituciones del Estado, la sociedad y los medios de comunicación. El de Stella Martini problematiza las construcciones consolidadas en circulación sobre el delito y sus efectos en la vida cotidiana a través del análisis de la comunicación pública a cargo de las instituciones, la sociedad y la prensa. La autora señala que por su vigencia en la actualidad, el delito se va constituyendo en mercancía social y en output privilegiado de la información periodística, con discursos que suelen resolverse en la simplificación de encuestas de opinión o en el escándalo de relatos que acercan lo siniestro, circunstancias que propician el reclamo de políticas de alta vigilancia y actitudes de discriminación, debilitan la condición participativa que hace a la ciudadanía y naturalizan una sociedad del control.

En la producción social del miedo relacionada con distintos espacios urbanos y suburbanos los medios de comunicación tienen un rol distintivo cuyo sentido explica la investigación realizada por Marcelo Pereyra sobre los medios gráficos porteños. El autor analiza los “mapas del delito” como construcción de un sentido único de la realidad y como estrategia retórica periodística que marcan ciertas geografías como peligrosas por la presencia del delito o por ciertos grupos sociales que las habitan o circulan por ellas.

El texto de Lila Luchessi analiza nuevas formas de mediatización y de construcción de la agenda periodística, que ilustra a través de las prácticas y discursos del “ciudadano protestante”, calificativo que se deriva de una práctica denuncista de sectores medios de nuestro país. Este accionar pone en evidencia cuestiones de clase en formas de comunicación pública sobre protestas “admitidas” y “no admitidas”: interpretando los discursos mediáticos en situaciones de conflictos sociopolíticos que ofrecen un modo único de calificar las prácticas sociales.

La sociedad civil organizada para la autodefensa es el sujeto de la indagación de María Eugenia Contursi y Federico Arzeno y el caso abordado es el análisis discursivo de la propuesta de la asociación vecinal más antigua, la de los vecinos de Saavedra. El texto recorre los sentidos sobre la seguridad, la prevención, la sospecha y el estado de alerta como actitud que rige la tarea vecinal en un entorno que entienden cada vez más peligroso. La gestión vecinal por mejor calidad de vida es analizada por Fernando González Ojeda, Luis Sanjurjo y Manuel Tufró en un trabajo etnográfico y discursivo sobre distintos casos en diferentes barrios de Buenos Aires. El texto interpreta prácticas y discursos de un grupo diverso de actores de la acción vecinal, que intenta controlar la gestión de espacios que considera real o potencialmente inseguros, y en cuya solución ideada, la construcción de una plaza o un parque, aparecen las tensiones y conflictos que identifican una práctica vecinal bivalente, que opera sobre identidades y alteridades.

La organización social para la exigencia de justicia ante un hecho delictivo es tema del texto de Naldi Crivelli, que analiza prácticas y discursos de sobrevivientes del incendio de Cromañón y de familiares y amigos nucleados en la agrupación AVISAR, para presionar por la condena judicial y política de los responsables del sombrío episodio y sostener la memoria del hecho y de los muertos. El texto articula aquellos discursos sobre justicia con un macrorrelato de la victimización juvenil que opera en diversos registros, en el marco de la corrupción que muestra tensiones entre estos actores sociales y las instituciones estatales. El texto de Lía Claps también se ocupa de organizaciones que exigen justicia y prevención, especialmente COFAVI y Madres del dolor, y describe cómo estas personas debieron abandonar la privacidad de su dolor y publicitar su tragedia frente a una sociedad apática y alejada de la participación política, capaz de movilizarse únicamente por problemas puntuales o acotados. El texto de Silvina Manguía se ocupa de la descripción de otra asociación de familiares que reclaman por justicia frente a la violencia delictiva: en este caso las víctimas son jóvenes de estamentos populares, y cuyos matadores fueron miembros de la policía, en muchos casos, ejerciendo lo que se denomina el “gatillo fácil”. Organización por la vida convoca a sujetos de los lugares marginalizados de la sociedad, y sus relatos dan cuenta de una trama de resistencia en la vida cotidiana en un contexto marcado por la pobreza, las desigualdades y las dificultades de acceso a la justicia.

Recuperando en la historia la impronta que marca nuestra identidad oficial, Osvaldo Baigorria y Mónica Swarinsky rastrean los efectos y la actualidad de la oposición sarmientina civilización y barbarie. Sostienen que hay un pasado que no ha terminado de pasar, anunciado en textos diversos del siglo XIX, y analizan cómo ese pasado discursivo se hace presente hoy en los medios de prensa, cuando el orden social establecido es cuestionado o amenazado. Gabriela Costanzo describe cómo esas tensiones atravesaron el conflicto social y político en los primeros años del siglo XX a través del estudio de los debates parlamentarios para sancionar las Leyes de Residencia en 1902, y la de Defensa Social, en 1910 y registrados en los Diarios de Sesiones. Su texto reconoce aquella antinomia civilización – barbarie en la argumentación de los discursos más conservadores, y recupera la continuidad de aquel antecedente lógico y retórico que criminaliza el anarquismo en los discursos sobre reclamos sociales de los sectores más postergados.

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