6 de mayo de 2012

Crece la desigualdad en los ingresos y en la riqueza


MÉXICO: TRISTE FINAL DEL GOBIERNO DE FELIPE CALDERÓN

La desigualdad evidente en la sociedad mexicana se ha acentuado en los últimos doce años, alcanzando su nivel más alto en la etapa final del turbulento gobierno de Felipe Calderón. Esta desigualdad prueba claramente que tanto en términos reales como relativos, la población no ha podido beneficiarse del mediocre crecimiento económico del país y que la riqueza sigue concentrándose de una manera mucho más desigual que en cualquier otra etapa de nuestra historia y que en cualquier otro país.

Por Manuel Leví Peza (desde México)

Las brechas crecientes pueden ser atribuidas a múltiples causas. Sin embargo, la mayor culpa recae sobre el gobierno conservador panista, que ha ampliado el mapa de la injusticia al no poder extender las oportunidades de empleos permanentes bien remunerados, atajar la pobreza, dar eficacia al mercado interno e introducir la moderación en el gasto corriente. Además, tampoco fue eficaz en cuanto a la desregulación y privatización de actividades consideradas como responsabilidad del Estado. Al contrario, con Calderón el gobierno se hizo más centralizado, con autoridades locales más corruptas,  con sindicatos corporativos de enorme liquidez financiera, con duopolios televisivos irreductibles en su influencia política y con un “thatcherismo” militar obsesivo y fracasado en el combate al  narcotráfico y al crimen organizado.

No creo que haya alguien que en su sano juicio pueda aprobar los resultados de la alternancia política, cuando la justicia social dejó de ser la parte fundamental de la agenda del gobierno y cuando el Partido de Acción Nacional, llegado al poder, abandonó su compromiso moral original y su fidelidad hacia los autores de su filosofía fundacional. Por eso hoy, la proclamación panista de justiciaequidad se traduce en incompatibilidades inconmensurables contemporáneas y en el consecuente retiro de la lucha por la defensa de los derechos humanos. Esto explica el por qué los recursos naturales y las instituciones económicas, políticas y sociales, creadas para regular la producción, el intercambio y el consumo, han producido, bajo su autoridad, vastas desigualdades en los niveles de vida de los mexicanos y una involución letal de las instituciones que exacerba la pobreza en las barriadas paupérrimas de las metrópolis y en las comunidades indígenas, mientras que los enclaves de las élites prevalecen en la opulencia, manteniendo privilegios inmerecidos, de acuerdo con el lugar de nacimiento, la clase, el género, grupo étnico, grado de escolaridad, credo religioso, color de piel, tasa de ingreso y de riqueza.

La supuesta “inevitabilidad de la pobreza” suele invocarse como una defensa del fracaso de las políticas gubernamentales y como respuesta al aumento inaceptable de la corrupción y la impunidad. Por eso, en México, la gente que se vuelve rica, por herencia o  gracias a su propio esfuerzo, son moralmente “sospechosos” de tráfico de influencias, peculado, ejercicio indebido de la función pública, lavado de dinero, tráfico de personas o por actividades ilícitas muy rentables. Estas familias que están en mejor situación, en el contexto de la polarización social, deben reconocer que la peligrosa desigualdad económica y la fragmentación política pueden rebotar en su contra.

Así pues, la prudencia les aconseja orientar sus influencias hacia la disminución de las diferencias entre ricos y pobres, en lugar de entronizar a gobiernos afines a los intereses que defienden.


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