
El Presidente boliviano Evo Morales llama a Cochabamba el corazón de Bolivia. Fue aquí donde hace diez años, como dijo un observador, tuvo lugar “la primera rebelión del siglo XXI”. En lo que fue denominada la Guerra del Agua, la gente de todo Bolivia se congregó en Cochabamba para exigir que se pusiera fin a la privatización del sistema público de agua. Como me dijo Jim Shultz, fundador de la organización Centro para la Democracia, con sede en Cochabamba, “A la gente le gusta una buena historia del estilo de David y Goliat, y la revuelta del agua es David no sólo golpeando a un Goliat, sino a tres. Los denominamos las tres B: Bechtel, Banzer y el Banco”. Shultz explicó que el Banco Mundial coercionó al gobierno boliviano del entonces Presidente Hugo Banzer, que había sido dictador en la década del 70, para que privatizara el sistema de agua de Cochabamba. La empresa multinacional Bechtel, la única licitante, asumió el control de la gestión pública del agua.
En esta pequeña nación andina de diez millones de habitantes, los glaciares están sufriendo el deshielo, amenazando el suministro de agua de la mayor zona urbana del país, El Alto y La Paz, con tres millones y medio de personas que viven a más de tres mil metros de altura. Viajé desde el Aeropuerto Internacional El Alto, el aeropuerto comercial más alto del mundo, a la ciudad de Cochabamba.
Los “cocaleros” jugaron un papel fundamental en la victoria. Su líder era Evo Morales. La Guerra del Agua de Cochabamba lo terminaría lanzando a la presidencia de Bolivia. En la cumbre de cambio climático de las Naciones Unidas en Copenhague pidió que se tomaran las medidas más estrictas para combatir el cambio climático.
Luego de la cumbre, Bolivia se negó a apoyar el Acuerdo de Copenhague no vinculante, promovido por Estados Unidos. El embajador de Bolivia ante la ONU, Pablo Solón, me dijo que como consecuencia de esto “fuimos notificados por los medios de que Estados Unidos eliminaría alrededor de tres a 3,5 millones de dólares para proyectos relacionados con el cambio climático. Y la explicación que dieron fue que nosotros no apoyábamos el Acuerdo de Copenhague”.En lugar de aceptar el dinero de ayuda de Estados Unidos para el cambio climático, Bolivia está asumiendo un papel de liderazgo al ayudar a organizar a la sociedad civil y los gobiernos a nivel mundial con una meta común: cambiar el curso de la próxima cumbre de clima de la ONU que tendrá lugar en diciembre en Cancún, México.
Por este motivo 15.000 personas de más de 120 países se han reunido aquí esta semana del Día de la Tierra, en la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Morales convocó la conferencia para darle a los pobres y al Sur Global la oportunidad de responder a las frustradas negociaciones de clima en Copenhague.
El embajador Solón explicó el motivo de la cumbre de los pueblos. Me dijo: “La gente me pregunta cómo esta iniciativa proviene de un país pequeño como Bolivia. Soy el embajador ante la ONU. Conozco esta institución. Si no hay presión de la sociedad civil, no habrá un cambio desde la ONU. La otra presión a los gobiernos proviene de las empresas trasnacionales. Para poder contrarrestar eso, necesitamos desarrollar una voz desde las bases”.
Esas fueron las palabras de Pablo Solón, cuyo hermano fue desaparecido por el régimen de Banzer. Ahora, como embajador de la ONU, es el único representante diplomático de Bolivia en Estados Unidos, porque este país expulsó al embajador boliviano en su territorio.
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Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
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