CONTRADICCIONES DEL DISCURSO PRESIDENCIAL
Amenguado el fugaz
estrellato de Hugo Moyano después de su anémico acto en la Plaza de Mayo, Daniel
Scioli se convirtió en el enemigo estrella de este mes. El Gobernador se hizo
merecedor de la furia presidencial por tener el tupé de confesar aspiraciones
presidenciales. Cosechando este nuevo enemigo, Cristina Fernández continúa con
el productivo estilo de enfrentamiento permanente que inauguró su fallecido
esposo en 2003. Sólo ha ido cambiando el destinatario de sus discursos
confrontativos: la iglesia católica, el FMI, las entidades agropecuarias, el
Grupo Clarín, Mauricio Macri, Hugo Moyano, Daniel Scioli. No obstante, un
análisis menos superficial revela que el
modo agresivo en la alocución política obedece a la necesidad de tener que
justificar ciertas decisiones que no se corresponden necesariamente con lo que
se dice.
Por Marcelo R.
Pereyra
LA PLATA’S BLUES
Señoras y señores, el enemigo del mes es…Daniel Scioli. El gobernador
de la provincia de Buenos Aires ha sido castigado con una menor remesa de
dinero por parte del Poder Ejecutivo nacional. No se ha explicado oficialmente
la razón de tal medida, pero de lo que se infiere de un discurso de la
Presidenta parece ser que es un mal administrador. Lo curioso es que recién
ahora, después cuatro años y medio de gestión, Cristina Fernández se haya dado
cuenta de ello. La verdadera explicación pasa por otro lado: en 2015 hay
elecciones presidenciales. Si la Presidenta se propone aspirar a una nueva
reelección necesita un alto número de diputados y senadores que levanten la
mano cuando se deba discutir una reforma de la Constitución que la autorice a
ser candidata. Pero hay quienes, como Hugo Moyano y Scioli que especulan con
reemplazarla. Don Hugo dijo en un discurso hace dos años que era hora de que un
trabajador –supuestamente él- ocupara el sillón de Rivadavia. Fernández tomó la
palabra y le retrucó que tal cosa ya era una realidad porque ella misma era una
trabajadora y había alcanzado la presidencia. Desde entonces todo está mal
entre los dos. Scioli reconoció en un reportaje sus aspiraciones presidenciales
y ahora está siendo duramente disciplinado por semejante irreverencia.
En un país con una democracia normal, las pretensiones presidenciales
de Moyano, de Scioli y de cualquier otra persona del partido gobernante serían algo de lo más común. Pero el sistema político
pergeñado por el kirchnerismo es sui
generis, manera eufemística de decir que nada se hace sino es con la
aprobación del/a jefe/a máximo/a. A esta realidad estamos bastante
acostumbrados. Nuestra democracia burguesa es muy poco democrática: las listas
sábana, las listas “colectoras” y la falta de democracia partidaria así lo
demuestran, junto con las designaciones a dedo, el amiguismo y el nepotismo. Es
cierto que nada de todo esto es nuevo, pero lo que los Kirchner hicieron fue
acentuarlo y reforzarlo hasta extremos que a veces se acercan peligrosamente al
“fraude patriótico” de la Década Infame.
Como sea, los más perjudicados en la disputa entra la
Presidenta y el Gobernador, como siempre, son los de abajo: convidados de
piedra, los empleados provinciales cobrarán la mitad de su aguinaldo anual
fragmentado en cuatro partes. Scioli, en cambio, no tendrá mayores problemas ni
económicos ni políticos. La plata le sobra y en política es un gato que siempre
cae parado. Mal que mal, don Daniel se las viene ingeniando desde hace muchos
años para estar cerca del poder político: secretario de Turismo de Carlos
Menem, después diputado, luego vicepresidente de Néstor Kirchner y ahora
gobernador de la provincia más grande, más rica y de mayor peso político del país,
ya que representa el cuarenta por ciento del electorado nacional. Otro que
recorrió diversos cargos ejecutivos y legislativos desde el menemismo para acá
es Felipe Solá. Una vez le preguntaron cuál era la fórmula de su persistencia a
través de los años y los gobiernos y respondió sin ponerse colorado: “Hacerse
el boludo”. Pues bien, la fórmula de Scioli es la misma. Hábil para hacer
declaraciones de poca sustancia, tiene puesto un casete desde hace mucho tiempo
y no se cansa de repetirlo. Astuto para
construir un perfil de buen tipo, que no se enloda en los charcos de la
política, ha conseguido una imagen positiva más alta que la que registra la
propia Cristina Fernández.
El ORDEN DEL DISCURSO
Y EL ORDEN DE LAS COSAS
En abril de este año esta columna se tituló “El enemigo
interno”; en mayo, “Cómo perder amigos” y con el título que lleva la de este
mes se cierra una “trilogía” que ha procurado analizar las estrategias de
enfrentamiento de la presidenta Cristina Fernández con sus principales u
ocasionales oponentes políticos. Fernández en este aspecto, como en otros, no
ha hecho más que remedar el estilo de enfrentamiento permanente que inauguró su
fallecido esposo en 2003. Sólo ha ido cambiando el destinatario de sus
discursos confrontativos: la iglesia católica, el FMI, las entidades
agropecuarias, el Grupo Clarín, Mauricio Macri, Hugo Moyano, Daniel Scioli. Contra
todos ellos embistió sin miramientos y con singular éxito el matrimonio político
más triunfante de la historia argentina.
Esta agresividad puede tener que ver con las condiciones
personales de don Néstor y doña Cristina. De hecho les ha resultado muy
práctica a la hora de sumar adeptos, pues esa tarea requiere definir
nítidamente quiénes son los amigos y quiénes los enemigos. Y, por último, el
modo agresivo en la alocución política responde a la necesidad de tener que
justificar ciertas decisiones que no se corresponden necesariamente con lo que
se dice. En otras palabras, no siempre los enemigos “discursivos” de los
Kirchner lo han sido en la práctica; o también, no siempre esos enemigos han
tenido realmente esa condición. Algunos ejemplos: a) a pesar del enfrentamiento
verbal contra la jerarquía católica, el kirchnerismo ha frenado toda iniciativa
parlamentaria para discutir la despenalización del aborto; b) a pesar de toda
la perorata dirigida contra el FMI, la deuda externa ilegal y fraudulenta se sigue
pagando; c) a pesar de que en la actualidad el Grupo Clarín es lo peor de lo
peor, en el pasado era un aliado valioso, y lo mismo podría decirse de Moyano y
de Scioli; d) a pesar de haber hablado pestes del neoliberalismo, los
lineamientos generales de la política económica, salvo por una mayor dosis de
asistencialismo, no difieren en mucho de
los que imperaban en los años noventa. Por ejemplo, todavía está vigente la
nefasta ley de Entidades Financieras de la última dictadura, estructurada para
favorecer la concentración del sistema bancario. Es decir, para aniquilar a las
pequeñas entidades de ahorro y préstamo que daban créditos accesibles a los
sectores más populares. Pero hay algo aún más grave: la brecha que hoy separa a
los ricos de los pobres es más amplia que la de aquella época aciaga. Quiere
decir entonces que muy poco se ha hecho para revertir la injusticia
socioeconómica, pese a que todos los discursos presidenciales baten el parche
sobre la “inclusión”.
Si todo lo argumentado hasta aquí es correcto, podría
concluirse que en el orden de las cosas hay un enemigo histórico de los Kirchner
que ha permanecido invisible en el orden del discurso: las clases populares. Jamás
por supuesto serían mencionadas como adversarios, pero en los hechos lo son. Lo
son en la medida en que reclaman por lo que les pertenece. El problema es que
en la medida en que lo obtengan los de arriba acumulan menos (la palabra mágica
es plusvalía, y la dijo por primera vez un señor alemán de larga barba en el
siglo XIX). Por eso la respuesta inicial a los reclamos de los trabajadores nunca
ha sido un intento de acuerdo. Todo lo contrario. Lo primero que se piensa es
en reprimir a los que no aceptan el orden de las cosas establecido. Y allí
están para atestiguarlo los petroleros de Las Heras, los constructores de
Chubut, los pueblos originarios de Chaco y de Salta, y tantos otros que han
padecido en sus cuerpos la violencia de un discurso que no los nombra como
adversarios pero que los aborrece profundamente.
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