El
equipo de investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), que
encabeza Stella Martini, acaba de publicar una segunda compilación de trabajos
referidos a la problemática del delito y su control social. Profundizando un
camino iniciado con La irrupción del
delito en la vida cotidiana. Relatos de la comunicación política (Biblos,
2009), los investigadores han apelado a diversos recursos metodológicos
articulando métodos cuali y cuantitativos,
recurriendo al trabajo etnográfico, usando técnicas de observación no
participante y entrevistas para la obtención de datos en diversos barrios y en
instituciones de seguridad; al relevamiento de un sector de opinión pública en
una encuesta de 628 casos en la ciudad de Buenos Aires y a la construcción de
varios corpus discursivos, legales, institucionales, periodísticos que les
permitieron el análisis del discurso sobre textualidades y soportes diversos y
el procesamiento de toda la información seleccionada. Seguidamente se reproduce
la “Introducción” de Comunicación pública
del crimen y gestión del control social (La Crujía, 2012) redactada por sus
compiladoras, Stella Martini y María Eugenia Contursi.
Por Ricardo Lazo
La gestión del control social en
Argentina, y en tantos otros lugares, se asienta sobre el relato común y único
–que da sentido a la vida cotidiana– de la necesidad de fortalecer las tramas
represivas, lo que se aseguraría mediante la vigilancia, la legislación
adecuada y la exclusión de los sectores indeseables. Prácticas y
representaciones estigmatizantes y violentas se unen, desde diversos lugares
enunciativos, para lograr el efecto de una realidad y un territorio que sería
preciso sanear para el retorno de un pasado mítico, entre el locus amoenus del espacio público como
paraíso y la aurea aetate de la seguridad
total.
El control social se exige cuando las
instituciones no lo garantizan o la falta de seguridad se hace una sensación cuasi
objetiva, y la noticia policial reiterada y enfatizada se ofrece como el
formato discursivo más idóneo para hacer natural el reclamo y por tanto hacerlo
de todos. Es el sentido común el que se expresa, atravesando los relatos de
situaciones en las que el azar es muchas veces la invariante. La noticia sobre
el delito, tradicionalmente moralista, suma en la actualidad la apelación a la
indignación ciudadana, y es así como, articulando las dimensiones de lo
religioso y lo profano, cobra una legitimación que se extiende,
metonímicamente, a las denuncias y exigencias por mayor control y políticas de
mano dura. De tal forma, asentada sobre la metáfora de la ventana abierta al
mundo, la mediación se vende y se entiende en singular, el único ojo posible, y
se sustenta en la marca fundacional de la prensa moderna, la testimonialidad.
Fiel a la imagen de “custodio de la
democracia”, el periodismo habla con un lenguaje similar al que usa esa
sociedad a la que atiende y logra consolidar el lazo fiduciario. La
comunicación pública suma, pues, la producción mediática a los discursos
sociales autorizados y a aquellos del ciudadano común cuya voz suele
registrarse a través de los números de las encuestas y los reclamos en la
calle. Los discursos sobre infracciones y delitos, sobre las penas, las leyes y
las relaciones consecuentemente implicadas en las prácticas institucionales y
sociales tienen en los medios por su mismo alcance y masividad el soporte y
canal con mayor posibilidad de eficacia comunicacional.
Difícil abordar los planos discursivos
del individuo y de la opinión pública separándolos de los de los medios
informativos. La eficacia está definida en este caso por la posibilidad de
establecer una coherencia discursiva y la justificación de técnicas de control
sobre los sujetos, construyendo el marco del sentido publicitado y definiendo los
espacios entre uno y otro lado de la ley. Las agendas de la prensa informativa
gozan de una fuerte legitimidad que opera de modo reflexivo, toda vez que el
mismo sentido común elaborado por la noticia policial coincide y reactualiza
las voces cotidianas de vastos sectores de la población. Es poco probable que,
en el circuito de circulación de los discursos sociales, no tengan prioridad
los que dicen sobre la necesidad y la búsqueda de seguridad (entendida como la
ausencia del delito o al menos su total control) porque se trata de la vida y
la muerte, los afectos y los bienes. Es el punto nodal en el que privacidad y
publicidad se intersecan con absoluta claridad.
El análisis comunicacional y cultural
es la herramienta metodológica fundamental para un (a)cercamiento a esta
problemática, porque permite dar cuenta de la densidad de las formas de
construcción del sentido que agentes y agencias realizan y difunden sobre
delitos, infracciones, leyes, penas, usos y apropiaciones del espacio público, la
privacidad y las actuaciones, el control y el orden sociales. Es en el estudio
de las mediaciones donde encontramos los cruces y los accesos, miradas oblicuas
e interpretaciones posibles de este conjunto problemático en el que el control
social es tópico consecuente del sentido común.
Focalizando en la búsqueda de los
modos en que directa o indirectamente se construye y refuerza una forma
determinada de control social, se identificaron escenificaciones, actuaciones y
argumentos que ordenan la demanda o la justificación de acciones represivas y
de exclusión, reiteradas denuncias de falta de gobernabilidad a partir del tópico
de la violencia urbana que sintetizan en la figura del denominado delito común
todos los males de la sociedad. En este sentido, las lógicas productivas de los
representantes de políticas de derecha y de los medios masivos de comunicación,
particularmente, apelan a la caracterización del desorden en el espacio público
a partir de acciones y escenarios que tienen la marca común de la
estigmatización: ocupación de “indeseables” (sujetos/sectores sociales
estigmatizados) en forma permanente o circunstancial; escasez de espacios
verdes, índices de “vida sana y responsable”; ausencia de elementos probatorios
de alta calidad de vida (plazas, iluminación, vigilancia policial, cercanía con
enclaves habitacionales de la pobreza, entre otros); accionar de la delincuencia;
presencia de sospechosos; ausencia de legislación con mayor carga punitiva y de
planes de prevención y vigilancia; carencia o debilitamiento de un “orden
moral”, entre otros.
La creencia en la “veracidad” del
discurso informativo, al que nos dedicamos especialmente a través de distintos
casos, se hace efectiva por su coincidencia con el verosímil de otros discursos
que el público estableció como naturales, y que posibilitan la legitimación de
la universalidad del delito, su expansión en el espacio público (real e imaginado)
y la consecuente exigencia de vigilancia en la sociedad. En el relevamiento de
los medios se enfatiza la centralidad de tales agendas y se suma una
persistencia que es omnipresencia, un presente continuo del crimen en el
espacio público y en la impotencia del espacio privado que deja de serlo por el
accionar delictivo. La herramienta estratégica es la reiteración ad infinitum
de las crónicas del miedo y del padecimiento en la publicación
diaria/secuencial, marca del relato unificado sobre la inseguridad.
Se verifica por la reiteración y por
las atribuciones pertinentes que el crimen, que expresa una situación de
conflicto permanente, ha adquirido en los últimos 20 años la relevancia que
hace de la noticia policial una noticia política, esto es, la inscribe de modo
rotundo en el campo de la comunicación política. La agenda del delito es tema y
práctica constituyente del campo de la comunicación política, pero, además, del
modo en que también habla el sentido común. De hecho, la reiteración
espectacularizada de los casos más violentos apela a una conciencia “vecinal”
(por lo grupal y compartido) e individual (por lo pietista y atemorizante de la
soledad ante la amenaza) que produce efectos certeros sobre formas de la
conciencia histórica y ciudadana. Tópica y predicados del delito se han
analizado en el contexto del estudio mayor del conflicto, que puede definirse
brevemente como espacio de la disputa por el poder, y que es en los medios tema
privilegiado a partir del reclamo, la denuncia y proclamas de diferentes formas
de la fe liberal. El conflicto, parte del negocio periodístico y tema
permanente en cualquier sumario noticioso, exige un escenario, como también el
crimen y sus representaciones (horas, momentos, lugares propicios) que permite
moralizar didácticamente sobre las opciones entre las cuales se mueve y/o
debería moverse el conjunto de la sociedad, entre el control y el descontrol.
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