6 de febrero de 2013

El otro “campo” argentino: desmontes, desalojos y muertes



EL LADO B DEL MODELO AGROEXPORTADOR

La Argentina agroexportadora de la que se enorgullecen tanto el gobierno como las asociaciones de medianos y grandes productores del campo tiene su lado B.

Por Hernán L. Giardini

El crecimiento exponencial que la producción agrícola tuvo en las últimas dos décadas (fundamentalmente soja, que hoy ya abarca el 60% de la superficie sembrada) implicó en muchos casos el desmonte con maquinaria pesada en búsqueda de nuevas tierras para ampliar la frontera agropecuaria.

Favorecida por la inversión en infraestructura, los cambios tecnológicos (la introducción de los transgénicos y la siembra directa), el contexto internacional y los bajos precios de la tierra, la expansión de la agricultura intensiva hacia el norte generó uno de los procesos de transformación de bosques nativos de mayores dimensiones en la historia del país: en los últimos quince años la superficie deforestada fue de casi 4 millones de hectáreas.

Las provincias de Santiago del Estero, Salta, Chaco y Formosa concentran la mayor superficie de bosque nativo, pero también presentan la mayor superficie desmontada en los últimos años.

Los bosques nativos concentran más de la mitad de la biodiversidad del planeta y juegan un papel fundamental en la regulación climática, el mantenimiento de las fuentes y caudales de agua y la conservación de los suelos. Son hogar y sustento de comunidades indígenas y campesinas; y de ellos obtenemos bienes y servicios indispensables para nuestra supervivencia, como alimentos, maderas y medicinas.
                                                                                                       
La deforestación impacta directamente sobre las comunidades que históricamente habitan y utilizan esos bosques; y que tras el paso implacable de las topadoras pierden su forma de vida y sustento, cayendo en la pobreza extrema.

Son numerosos los ejemplos del avance del desmonte en zonas habitadas favorecidos por la escasa protección que tienen los pobladores tradicionales, ya que la gran mayoría no ha podido obtener la titularización de las tierras que habitan desde hace muchos años. Son cada vez más los casos donde el conflicto en torno a la tierra termina dirimiéndose por la fuerza, en donde es frecuente el accionar de guardias armadas bajo la orden de los empresarios que compran tierras a muy bajo precio para la producción agrícola y ganadera.

Con la ampliación de la frontera agropecuaria hacia el norte los conflictos de tierra han aumentado muchísimo y se han vuelto cada vez más violentos: Mario Ezequiel Gerez, Sandra Juárez, Javier Chocobar, Roberto López, Cristian Ferreyra y Miguel Galván son algunos de los campesinos e indígenas que fueron asesinados en los últimos años defendiendo sus territorios.

La sanción de la Ley de Bosques (26.331), a fines de 2007, es un avance sin precedentes en materia ambiental y un ejemplo de la importancia de la participación de la sociedad civil, que con un millón y medio de firmas presionó al Congreso de la Nación para su aprobación.

La norma protege de las topadoras a gran parte de nuestros bosques nativos, incorpora fondos para su conservación y manejo sustentable, y prohíbe el desmonte en zonas tradicionalmente habitadas por indígenas y campesinos.

A cinco años de su sanción, si bien se redujo la deforestación; por falta de voluntad política, financiación, controles efectivos y multas acordes, se sigue desmontando en zonas protegidas por la ley.

Como si fuera poco, el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal 2010-2020 prevé un incremento de la superficie sembrada en un 27%, pasando de 33 millones de hectáreas en 2010 a 42 millones de hectáreas en 2020.

O sea, más desmontes, desalojos y muertes.

 REVISTA CONTRACULTURAL
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