7 de enero de 2014

Los Otros y Nosotros




TREINTA AÑOS DE DEMOCRACIA: MÁS EN EL DEBE QUE EN EL HABER 

En diciembre pasado se cumplieron treinta años de gobiernos democráticos ininterrumpidos. Sin embargo, el festejo de este inédito e histórico acontecimiento se vio ensombrecido por la emergencia de un conjunto de conflictos sociales, económicos y políticos de naturaleza diversa pero de origen común. En efecto, los saqueos, las rebeliones policiales, los problemas de vivienda, los cortes de luz, y la inflación, entre otras, son problemáticas que la democracia había prometido solucionar. Pero no fue así: los gobiernos de estos treinta años no supieron/pudieron/quisieron solucionarlas y cada tanto salen a la luz pública.   

Por Marcelo R. Pereyra    

LA HISTORIA VUELVE A REPETIRSE   

Es triste y lamentable, pero la realidad nos demuestra cotidianamente que el balance de tres décadas de democracia tiene mucho más engrosado el debe que el haber. Veamos por qué: 

1) La baja calidad de la democracia. Pese a numerosos avances legislativos en materia derechos políticos y sociales, la democracia sigue siendo un asunto de pocos, de unos Otros –los políticos burgueses y sus empresarios compinches-, un espectáculo al que la mayoría de Nosotros nos asomamos cada dos años para cumplir con la exigencia formal de votar, mientras que faltan mecanismos de consulta y participación popular en la formulación de políticas públicas que eleven la condición de ciudadano a algo más que un elector periódico. Todavía los que detentan el poder lo detentan mucho, no lo sueltan ni un cachito. En suma, la democracia necesita menos listas sábana, menos punteros, menos asistencialismo electoral; necesita menos corrupción y más claridad en los procedimientos electorales; menos empresarios oscuros amigos del poder súbitamente enriquecidos y  más transparencia en los aportes  privados a las campañas electorales. 

2) La desigualdad socioeconómica. La brecha entre ricos y pobres no sólo no ha disminuido en estos treinta años, sino que ha aumentado. Persisten altas tasas de desempleo y de empleo informal, y de bajos salarios; mientras que por otro lado los que más tienen, tienen más. Por ejemplo: pese a todas las crisis económicas, como la de 2001/2002, el sector financiero y bancos no para de ganar plata. En 2008 ganó 4.746 millones de pesos, y en 2013 elevó esa ganancia a 26.790 millones. No obstante, si las empresas y particulares han llevado al exterior miles y miles de millones de dólares, los asentamientos humanos precarios son cada vez más grandes. Subsisten la pobreza y  la exclusión social en las cercanías de grandes y lujosos countries y barrios privados. En las grandes ciudades del país circulan los autos de alta gamaal lado de los carritos de los cartoneros tirados por caballos. Las cajas PAN  de Alfonsín son hoy los Planes Trabajar: apenas limosnas que intentan contener las revueltas populares y los saqueos. Por otro lado, las altas tasas de inflación están presentes hoy en día como a fines de los años 80. Y ello ocurre porque ningún gobierno se ocupó seriamente de atacar su verdadero origen: una economía altamente concentrada. En la gran mayoría de las actividades productivas son unos pocos los que tienen la sartén por el mango, y son por lo tanto capaces de fijar arbitrariamente los precios de los productosfrente a la “distracción” de los gobiernos que, en el mejor de los casos, se limitan a elaborar “acuerdos de precios” que son una fantochada. Y el  gobierno actual le ha agregado a estos espectáculos montados para una tribuna de incautos, o negadores, lo del “control popular”. Es curioso, si es un acuerdo firmado con toda la formalidad, ¿por qué es necesario su “control”? Por lo demás, tampoco nadie controla nunca nada. 

3) El Estado represor. La democracia volvió hace treinta años para reemplazar a un Estado terrorista, capitaneado durante siete largos años por un grupo de asesinos con uniforme, que se puso al servicio del Nuevo Orden Neoliberal para refrenar cualquier intento de resistencia al reciclado sistema de acumulación capitalista. La democracia no logró, o no quiso, recuperar al viejo Estado social, que con sus más y sus menos intentó –entre 1945 y 1974- alcanzar cierta equidad socioeconómica. El Estado actual sigue reconfigurado como un aparato represor: con la excusa de combatir al delito –fenómeno que es el resultado de la pauperización creciente- el Estado vigila, reprime y criminaliza a sus actuales “enemigos internos”: los excluidos sociales. Por ello las policías y otras fuerzas de seguridad han crecido hasta transformarse en pequeños ejércitos, por eso los índices de encarcelamiento aumentan sin pausa, por eso las leyes penales son cada vez más duras, por eso crece la violencia institucional en las cárceles (torturas) y en la calle (represión y “gatillo fácil”) y por eso hay cada vez más cámaras de vigilancia por todos lados. Es que si ayer era necesario combatir las ideas revolucionarias que sostenían los “delincuentes subversivos”, hoy en día hay una evidente decisión política de apuntalar la autoridad del Estado, convirtiéndolo en un Estado penal, para neutralizar los efectos de la aniquilación del Estado social. O sea: si hay más pobreza, se “soluciona” con más palos y más cárcel. 

4) La falta de pluralismo informativo. Si  hay algo que no ha logrado concretar la democracia en estos treinta años es la posibilidad de que voces de pensamiento diverso se expresen en el espacio comunicacional. Por el contrario, y aún con la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la comunicación periodística sigue en manos de unos pocos grupos empresariales, más amigos de defender sus propios intereses que los de la sociedad en general. Los grandes medios de comunicación vienen siendo importantes sostenedores del modelo neoliberal y de los patrones de conducta y valores morales asociados a él. En su carácter de empresas que venden una mercancía llamada noticia, los  medios son, en general, sumamente conservadores en materia económica. Léanse los suplementos económicos de los domingos y se podrá comprobar esta afirmación: abundan en ellos reportajes y columnas firmadas por los mismos economistas neoliberales que fueron funcionarios desde el gobierno de Carlos Menem hasta el actual. Periodistas y columnistas que siguen sosteniendo, levemente aggiornado, aquel slogan setentoso que propugnaba: “Achicar el Estado es agrandar la nación”. O en otras palabras, que el Estado no gaste tanto, que se achique y que privatice; y sobre todo que no se meta a regular a los privados, que para eso está la vieja “mano invisible” del mercado, la eficaz metáfora que inventó  Adam Smith, el padre del liberalismo económico, para justificar las tropelías y los abusos de los formadores de precios. Pero así como no hay en la gran mayoría de los medios otras voces que propongan otros modelos económicos, también faltan aquellas que tienen distintas concepciones sobre otros asuntos de la vida social y política. Leyendo los diarios y viendo los noticieros de TV hay como una única mirada de la realidad,  cuando, en verdad, hay tantas miradas sobre ella como discursos que las expresen. Es decir, no hay un relato único del mundo y de la vida que sea válido.

Todos los gobiernos  desde 1983 han sido, y son, responsables de estos y otros déficits y falencias del modelo democrático cuya sumatoria parece provocar la sensación en muchos de que nada ha cambiado. Y es posible que sea cierto, porque los que han cambiado son los nombres de los gobernantes, mientras que las políticas regresivas y antipopulares  han mantenido una notable y persistente regularidad. Por supuesto que cada gobierno tuvo, y tiene, sus responsabilidades particulares,  tanto en los pocos aciertos como en los muchos fallos, pero las grandes líneas de acción son muy similares. Y esto se comprende fácil si se acuerda en que los factores de poder se han mantenido inalterablesmás allá de quiénes se hayan sentado en la poltrona de Rivadavia,  no sólo en Argentina sino también en el orden global.  Vivimos en una época, dice Pilar Calveiro en Violencias de Estado, caracterizada por hegemonías que no son locales, sino planetarias. Se trata de un proceso en el que las sociedades neoliberales trasladan los riesgos del centro a la periferia para que el sistema pueda subsistir: “Del banquero al cliente y de éste al usuario en las crisis económicas; del oficial al soldado y de éste al civil en los acontecimientos bélicos; del político al capo mafioso que le paga sus campañas electorales y de éste al delincuente menor que opera las redes de distribución”.  

Es un proceso que termina impactando en las terminales más débiles del sistema, en los sectores más vulnerables, que son la carne de cañón en las guerras y en las crisis económicas, en la violencia urbana y en los desastres ambientales. Y todo para que unos pocos estén a salvo. Esos pocos Otros, ciertamente, no somos Nosotros ya los que han conducido el país durante nuestra democracia treintañera no ha parecido importarles. 

REVISTA CONTRACULTURAL

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