12 de septiembre de 2016

Insensatez


GOLPE DE ESTADO (INSTITUCIONAL) EN BRASIL DESTITUYE A DILMA 
La ya ex presidenta Dilma Rousseff había sido reelegida por el pueblo brasileño con más de 54 millones de votos; bastaron apenas 54 votos de senadores para destituirla y ahora Michel Temer gobernará por dos años a contramano de trece años de construcción popular del Partido de los Trabajadores.
Por Marcelo J. Levy
El destino ya estaba marcado. Dilma fue destituida de su cargo de presidenta de Brasil por los sectores mas reaccionarios y rancios de la derecha vernácula. Lo que sigue: evitar que Lula pueda retornar al poder por las urnas en 2018. Quien ahora tendrá la banda presidencial hasta fines de 2018 está vinculado al escándalo de Petrobras. El empresario Marcos Odebrecht (preso por este caso) aseguró que Temer le pidió más de 3 millones de dólares para campañas de su partido. No pudieron probarle nada a Dilma. Con la excusa de la formalidad juridica e institucional se consumó un verdadero golpe de estado moderno. Algunos lo llaman institucional, pero son los mismos que en 1964 se lo perpetraron a João Goulart.
La farsa duró 112 días, desde el 17 de abril cuando 367 diputados dieron lugar al juicio político a la presidenta hasta que 61 senadores dieron la estocada final el 31 de agosto a cambio de un puñado de favores para sus negociados y la promesa de inmunidad judicial: 41 de los 81 senadores y casi un tercio de los diputados están acusados de hechos de corrupción similares y en varios casos peores que los que se le endilgan a Dilma. Las irregularidades fiscales por las que se la destituye fueron practicadas por todos los gobernantes de los últimos 20 años, incluido el propio relator del impeachment, Antonio Anastasia, quien durante su gestión como gobernador en Minas Gerais las cometió 51 veces.
Este golpe es el tercero en la región desde que se dizfraza de “institucional”: Honduras de Zelaya, Paraguay de Lugo y Brasil de Rousseff, mientras se trata de desestabilizar otros gobiernos populares, como los de Venezuela, Ecuador, El Salvador y Bolivia. Recordemos incluso aquel fallido 30 de Septiembre de 2010 cuando la policia se levantó en contra del gobierno democrático de la Revolución Ciudadana en Ecuador.
Hoy basta el control de los medios de comunicación masiva para imponer imaginarios colectivos en los que basan los golpes blandos, aliados a los corruptos sistemas judicial, parlamentario, policial. Ya no se necesitan tanques. La senda trazada desde la derecha continental va inexorablemente hacia la privatización de los recursos naturales, las empresas estatales y los bancos públicos, extranjerizar las tierras, comprometiendo la producción nacional de alimentos, la soberanía alimenticia y el control sobre las aguas. A esto se añade la reducción en los presupuestos para salud, educación y viviendas, eliminación de los derechos laborales, olvido de la reforma agraria y vaciamiento de los programas sociales.
El gobierno golpista brasileño ha tomado las banderas de la dictadura en lo que respecto a aplicar la teoría de los hechos consumados, aquellos que una vez realizados, ya sea de forma legal o ilegal, consolidan por el transcurso del tiempo y por la tolerancia de terceros, un determinado estado de cosas. Se trata pues de hechos, actos y situaciones que adolecen de un vicio en la concepción, el origen o en su formación, calificables de ilegales, pero que la tergiversación, el silencio, la imposición de imaginarios colectivos, el tiempo o la propia fuerza ha sancionado. En definitiva, una nueva derecha se ha impuesto en la región. Una derecha que no tiene escrúpulos legalistas, que no está dispuesta a respetar los modos de las democracias, que pretende arrasar los sistemas educativo y de salud tal como los conocimos.
Párrafo aparte merece la iglesia evangélica. Ocuparon y ocupan cargos de diputados, ministros o presidentes. Cuatro décadas atrás, irrumpieron masivamente en América Latina, de la mano de la Política de Seguridad Nacional, como estrategia para contrarrestar la influencia de aquel otro cristianismo, católico, en el que tenía influencia las ideas de la Teología de la Liberación. Fueron parte importante de la dimensión cultural de la ofensiva conservadora en la guerra que se libraba entre quienes cuestionaban el estatus quo y quienes lo defendían.
Para ejemplificar su poder, en Brasil son 75 en una Cámara de 513 diputados, donde el PT sólo contaba con 64. Eran comandados por el presidente de la Cámara, el ultraconservador miembro de la iglesia evangélica –y separado de su cargo por corrupción- Eduardo Cunha. Dilma dio la pelea hasta el final. El tamaño de los poderes que enfrenta son inimaginable. Igualmente en su discurso de defensa tuvo una lucidez y una fuerza moral admirable. Sin eufmemismos, describió el proceso como una “grave ruptura institucional, un verdadero golpe de Estado. Un golpe que, una vez consumado, resultará en la elección indirecta de un gobierno usurpador”. Sabemos quienes son los responsables. Ahora bien, también es menester dilucidar cómo y porqué las instituciones de Brasil han permitido traducir 54 millones de votos en 61 voluntades dispuestas a destituir a una presidenta legítima. Brasil arrastra un sistema de partidos que por su fragilidad pareciera condenar a programas progresistas a establecer alianzas que luego se constituyen en sus propias fronteras. Inclusive, si pensamos que estas mismas estrategias de gobernabilidad se profundizan aún en escenarios de restauración, lo que tenemos es una bomba de tiempo. Brasil la tiene en sus manos hace algún tiempo y ahora terminó de implosionar.
América Latina atraviesa tiempos de recomposición política y económica y, en tanto, recibe golpes a sus democracias. Estas democracias comienzan a demostrar que, frente a la ofensiva de la recomposición (por vía judicial, parlamentaria, mediática y económica), no logran ofrecer herramientas defensivas. La destitución de Dilma Rousseff cierra el ciclo progresista que se inició con la asunción de Luiz Inacio Lula da Silva el primero de enero de 2003. Siendo Brasil el país más importante de la región y el que marca tendencias, estamos ante una inflexión irreversible en el corto plazo, donde las derechas conservadores imponen su agenda. El triunfo de la derecha argentina, es central en relación al ritmo y la profundidad de una recomposición que va por su bastión político más significativo: Venezuela. El panorama regional sudamericano aparece claramente dominado por la alianza entre el capital financiero, Estados Unidos y las derechas locales, que muestran un dinamismo difícil de acotar a corto plazo. Hay que remontarse a principios de la década de 1990 para encontrar un momento similar, pautado por el triunfo del Consenso de Washington, el auge del neoliberalismo y el derrumbe del bloque socialista.
No todo esta perdido. La embestida neoliberal está golpeando no sólo a los bolsillos de los latinoamericanos, sino a su esperanza. Pero si un bucea entre los pueblos de la región y logra saltar el cerco informativo encuentra luchas estudiantiles y populares en Brasil, los movimientos de posguerra que ganan protagonismo en Colombia, las nuevas resistencias negras, el movimiento campesino en Paraguay, la resistencia al modelo sojero-minero en Argentina, y, en los últimos meses, al ajuste del gobierno de Macri; las importantes movilizaciones de las mujeres contra la violencia machista, como la realizada en Perú en agosto; la persistencia de los movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia. Se abren nuevas e imprevistas resistencias. En agosto hubo enormes movilizaciones en Chile, dos grandes marchas de más de un millón de personas contra el sistema privado de pensiones. En lo que concierne a Brasil, el plan no fue perfecto: haber evitado la inhabilitación de Dilma Rousseff para ocupar cargos públicos por ocho años, posiciona a Dilma para ser una de las lideres de la resistencia al gobierno. No es poco.
Un nuevo escenario se ha abierto en nuestro continente, una fotografia signada por el egoísmo, el desdén a los más desposeídos y el monstruoso proceso de concentración y acumulación; pero a su vez no debemos desestimar lo construido en esta decada y media de gobiernos progresistas. La historia no es cíclica. Es un espiral.
Comunicados oficiales:
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