
SALTA: LOS DESMONTES
ARRASAN TERRITORIO WICHÍ CON PERMISO DEL GOBIERNO PROVINCIAL
Dos documentos de comunidades
wichís entregados en los últimos dos años al gobernador de Salta, dejan bien en
claro su responsabilidad de que las topadoras estén en este momento arrasando sus
territorios.
Por Hernán L. Giardini
Veintiséis
comunidades wichís del norte de Salta (cercanas a General Mosconi y General
Ballivián) reclamaron al gobernador Juan Manuel Urtubey, mediante un documento firmado
el 27 de septiembre pasado, que retire en forma urgente las autorizaciones de
desmonte otorgadas a los terratenientes por avanzar en sus territorios, lo que
afecta gravemente su forma de vida y supervivencia.
“En ejercicio de nuestros derechos constitucionales – artículos 75
incisos 17 y 41 – nos oponemos a los desmontes que se realizan en nuestro
territorio, del cual somos poseedores originarios. (…) Como máximo representante
del gobierno de Salta le exigimos que haga efectivo el cumplimiento de las
leyes nacionales de Bosques Nativos (26.331) y de Emergencia de la Posesión y
Propiedad Comunitaria Indígena (26.160)”, advierte el documento.
Las
comunidades señalaron al gobernador que “el
bosque es nuestra vida, sin él no somos nadie. Nos da comida – por ejemplo miel
de abejas, animales del monte y frutas de los árboles –; es nuestra farmacia a
cielo abierto, de allí sacamos nuestros remedios naturales. También es nuestra
fuente de trabajo, nos provee chaguar con el que elaboramos artesanías para vender. Para nosotros el desmonte, no es
provechoso. No da fuentes de trabajo, sino que las quita”.
Cabe advertir que
en un documento del 17 de noviembre de 2012, las mismas comunidades habían
señalado al gobernador salteño que “los
representantes de las empresas de agronegocios nos insisten para que firmemos
acuerdos para que puedan desmontar en nuestro territorio. Ofrecen casas y
algunas hectáreas, que dicen que nos “donarán” cuando el gobierno de la provincia
les autorice a desmontar. No nos pueden donar lo que ya es nuestro”.
“Se nos pide que aceptemos más desmontes, mintiendo que nos van a traer
beneficios. Sabemos que no es así porque más de la mitad de nuestras tierras ya
fueron desmontadas y sólo nos trae problemas. Las fuentes de agua que usábamos
ya no están y las que quedan están contaminadas con agroquímicos, hemos perdido
muchos de los alimentos que nos ofrecía el bosque. Los caminos que siempre
usamos son cerrados por candados de las empresas. Nuestra supervivencia como pueblo,
nuestra propia historia y cultura, está gravemente amenazada”, afirmaban
las comunidades.
A pesar del
reclamo y de que las leyes nacionales lo prohíben, el gobierno de Salta
autorizó los desmontes en sus territorios.
En estos
momentos las topadoras están arrasando con todo.
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EL PRÓXIMO PRESIDENTE
DE BRASIL SE DECIDIRÁ EN BALLOTAGE
Como
se preveía, Brasil se enfrentará a la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales el 26 de octubre. Los resultados causaron revuelo en el país por
el crecimiento del candidato Aécio Neves en detrimento de quien había sido
elegida como candidata de los medios hegemónicos: Marina Silva. Quedando en
tercer lugar, decepcionó a quienes habían apostado en grande por el fin del PT
al frente del ejecutivo.
Por Marcelo J. Levy
Latinoamérica tiene
los ojos puestos en lo que pasará en el ballotage, pues las políticas del
gigante regional no condicionan, sino que determinan los rumbos de los países
vecinos. Veamos un poco el perfil de los candidatos que se disputan la presidencia.
En el año 2002 con el
triunfo del presidente Lula Da Silva, Brasil sale del neoliberalismo, del
Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) y se incorpora al los vientos
progresistas de la región. Dilma Rousseff, candidata del Partido de los Trabajadores
(PT) en los últimos cuatro años, fue protagonista de las políticas que sacaron
de la pobreza a 40 millones de brasileños. Además su gestión otorgó becas a
cientos de miles de jóvenes de bajos ingresos, facilitó créditos para vivienda
popular como nunca antes, impulsó la construcción de cientos de miles de
kilómetros de carreteras y obras de infraestructura, gestionó la contratación
de miles de médicos cubanos y de otros países para trabajar en lugares
alejados. En el plano internacional abogó por la soberanía e independencia del
Brasil, a favor de la unidad e integración de América Latina y el Caribe,
solidaria con la Venezuela chavista, con Cuba y con todos los procesos
antineoliberales de la región y a favor de la paz mundial. Con Lula y Dilma,
Brasil pasó de ser un aliado de Estados Unidos sin apenas peso internacional a
convertirse en la séptima economía del mundo, con un importante liderazgo no
solo a escala latinoamericana sino mundial, lo que le ganó un asiento en los
BRICS, cuya existencia ha debilitado la hegemonía de Washington.
Frente a Dilma, Aécio Neves, candidato del neoliberal PSDB, vinculado al
capital financiero y al agronegocio exportador sobre cualquier otra
consideración, detesta las políticas sociales del PT y anhela el
distanciamiento de Brasil respecto a Argentina y a toda América Latina con el
consecuente ingreso a los tratados de libre comercio. Neves fue gobernador de
Minas Gerais durante dos periodos. Allí tiene a los docentes como sus enemigos
principales pues le imputan haber ocasionado un grave daño a la educación al
rebajarle el presupuesto. Fernando Pimentel, del PT, fue elegido como nuevo
gobernador del estado de Minas Gerais, histórica plaza del PSDB, gobernada
entre 2003 y 2011 por el actual candidato a presidente de ese partido Aécio
Neves. Pimentel obtuvo el 52 por ciento de los votos contra el 42 por ciento
del candidato del PSDB, Pimenta da Veiga.
Para pensar los resultados de la primera vuelta y pensar en la segunda, es
necesario reflexionar sobre varios elementos que complejizan el desenlace.
Aunque Dilma ganó, tuvo la menor votación de un candidato del PT. Su ventaja
sobre Neves fue de más de 8 millones de votos pero los sufragios sumados de
este y de Marina Da Silva sobrepasan los de Dilma en más de 13 millones.
Seguramente no todos los votantes de Silva sufragarán por Neves en segunda
vuelta, pero se estíma será la mayoría. A la fecha, todavía Marina no se
expidió públicamente por un candidato u otro. Continúa negociando con ambos
partidos.
Quizás el problema
más grave para Dilma es la feroz y creciente campaña contra su gobierno de
todos los grandes medios de difusión brasileños que a su vez no escatiman loas
para Neves. A esto se le suma la
inexistencia de medios del PT o públicos y una pésima política de comunicación
del gobierno que no supo consolidar en esta década. Como positivo para Dilma, no
hay una estrecha identidad entre el PS y su ex candidata Marina Silva, ésta
quien fue ministra de Lula se acerco a los Socialistas hace un año. Hay un
sector amplio de estos que están con el PT. El PSDB ataca al
gobierno en varios puntos en la campaña presidencial. En primer lugar, la
desaceleración de la economía. De más esta decir que en el concierto mundial,
se ha asistido a años de introspección económica. Hasta China decreció en el
PBI. Uno de los puntos centrales que le endilgan a Dilma está vinculado a la corrupción en Petrobras y de funcionarios
públicos. Esa cuestión deberá ser resuelta sin concesiones y de manera urgente.
En las últimas tres
elecciones presidenciales, para la segunda vuelta, el PT ha tenido una
tendencia constante de incremento de la votación entre diez y trece millones:
2002/13, 2006/10 y 2010/ 12. De mantenerse, es decir si quienes votaron por
Marina Silva dividieran sus preferencias para la próxima vuelta, Dilma
obtendría el 51 %.
Esta coyuntura
plantea el tema de la reversibilidad, de los modelos políticos del actual
proceso latinoamericano. Debe realizarse una evaluación de los resultados
electorales de los gobiernos de la región, para detectar si hay similitud en
las causas, para los distintos ascensos y descensos electorales. Lo importante
es revisar estos procesos en pos de establecer no coyunturas políticas, sino
garantizar la continuidad de los procesos. Brasil se enfrenta a la más difícil
encrucijada desde el 2002. La región depende de ese resultado.
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LOS LÍMITES DEL PROGRESISMO LATINOAMERICANO
El progresismo, nacido desde la perspectiva de
izquierda, a medida que se consolida con una identidad propia, parece estar
tomando otra dirección. Esta idea, que izquierda y progresismo ya no son lo
mismo, y una “gran divergencia” está en marcha.
Por Eduardo Gudynas (desde Uruguay)
Todos
sabemos que los gobiernos de la nueva izquierda han dominado el escenario
político latinoamericano reciente. En un viraje sustancial, suplantaron a
presidentes conservadores y neoliberales, y actualmente están presentes en
Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela. También
sabemos que este es un conjunto variado, con diferencias notables, por ejemplo
entre los gobiernos de Evo Morales y el de Lula da Silva en Brasil, o en los
modos de hacer política de Rafael Correa en Ecuador y José “Pepe” Mujica en
Uruguay. Mas allá de esas diferencias, tienen muchos elementos compartidos que
permiten reconocerlos como parte de un mismo conjunto, y distintos a las
administraciones conservadoras o neoliberales.
A mi modo de
ver esto se debe a que estos gobiernos, y sus bases de apoyo, están
convergiendo bajo una identidad política específica: el “progresismo”. Esta es
una denominación adecuada, usada en varios países, y que deja muy en claro que,
más allá de sus diferencias, comparten la fe en el progreso. Se siguen las
ideas contemporáneas del desarrollo, y por ello se implantan modos específicos
en organizar la economía, las relaciones sociales y la apropiación de los
recursos naturales.
Frente a
estos gobiernos hay un creciente debate. No me refiero a las clásicas críticas
de la derecha, como acusarlos de antidemocráticos, ni a las de una izquierda
muy dogmática que lo denuncia como conservadores radicales. Esos son
cuestionamientos poco rigurosos. En cambio, no pueden obviarse los
señalamientos de un número significativo de simpatizantes, militantes e incluso
conocidos líderes de izquierda, que están lejos de ser dogmáticos, pero que de
todos modos se sienten desilusionados, alejados o incluso enfrentados con este progresismo.
Sus posturas tienen una enorme importancia y deben ser escuchadas.
Impulso
hacia la izquierda
Esos y otros
aportes permiten señalar que estamos en una situación donde el progresismo
actual comienza a apuntar en sentidos que son significativamente distintos a
los trazados por la izquierda que le dio origen. Como “izquierda” es también
una categoría plural, estas comparaciones deben hacerse con precaución. La
izquierda que lanzó al progresismo se nutrió de muy variadas tendencias, de
aprender de sus errores y saber renovarse. Muchos de sus avances, al menos
desde la década de 1990, en buena medida fueron posibles porque se convergió
hacia lo que podría llamarse una “izquierda abierta” (parafraseando al
“marxismo abierto” de Ernest Mandel), que intentaba no ser dogmática, era
tolerante y aceptaba aportes diversos.
Esto le
permitió destronar al neoliberalismo, establecer relaciones estrechas y mutuas
con movimientos y organizaciones populares (especialmente indígenas y
campesinos), retomar roles protagónicos para el Estado, y atacar la pobreza con
energía. Fue una sinergia exitosa que fructificó en conquistar gobiernos,
lanzar procesos de cambio, y superar durísimas oposiciones internas (como en
Argentina, Bolivia o Venezuela). Con el paso del tiempo, ese progresismo
emergió no sólo como una identidad política propia, sino que está apuntando en
una dirección distinta. Estaríamos, posiblemente, frente a una “gran”
divergencia entre izquierda y progresismo.
La
divergencia
¿Cuáles son
los temas en los cuales izquierda y progresismo están difiriendo? ¿Dónde ubicar
esta divergencia? Para poder responder esas interrogantes, un primer
reconocimiento permite identificar al menos diez cuestiones donde las
propuestas progresistas actuales son diferentes a las de la izquierda que lo
cobijó.
1.
Desarrollo. Más allá de
sus pluralidades, la izquierda latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970
criticaba en profundidad el desarrollo convencional. Cuestionaba tanto sus
bases conceptuales, incluso con un talante anti-capitalista, como sus prácticas
concretas, rechazando, por ejemplo, la persistencia en proveer materias primas.
El progresismo actual ha abandonado en buena medida este debate, y acepta las
bases conceptuales del desarrollo. Festeja el crecimiento económico y reproduce
economías basadas en materias primas. Es cierto que en algunos casos se
denuncia al capitalismo, e incluso hay intentos de alternativos (por ejemplo,
con empresas nacionalizadas), pero prevalece la inserción en éste. Las
discusiones están en cómo instrumentalizar el desarrollo (por ejemplo, si con
más o menos Estado), pero no se disputa la esencia del mito del progreso. En
cambio, sí mantuvo de la izquierda de los 60 y 70, una actitud refractaria a
las cuestiones ambientales.
2. Democracia.
Durante las décadas de 1970 y 1980,
las izquierdas latinoamericanas hicieron suyo el mandato de la democracia. La
idea de llegar al poder por las armas fue desechada; así lo entendieron desde
“Pepe” Mujica a Hugo Chávez. No sólo esto, sino que se buscó ir más allá de las
simples elecciones nacionales, hacia la llamada radicalización o profundización
de la democracia. Se crearon los presupuestos participativos, se promovieron
referéndums y se buscó diversificar la participación ciudadana. El progresismo,
en cambio, está abandonando ese entusiasmo, y se contenta con el instrumento
electoral clásico, las elecciones. Algo similar se repite dentro de los
movimientos y partidos políticos, donde se han debilitado sus procedimientos de
consulta, y los candidatos son elegidos directamente por los presidentes. En la
toma de decisiones reaparecieron las negociaciones confidenciales con el mundo
empresarial, mientras que se evitan las reuniones con los grupos de base. Se ha
llegado a casos llamativos, como en Uruguay, donde la izquierda en el pasado
repetidamente usó plebiscitos y referéndums, pero hoy, el gobierno Mujica no
sólo los rechazam sino que combate las iniciativas ciudadanas en ese sentido
para frencar la megaminería. Es más, profundizando la democracia delegativa
alrededor del presidente, llega a extremos hiperpresidencialistas.
3. Derechos
humanos. Desde los años 70, esa misma
izquierda latinoamericana incorporó la defensa de los derechos humanos,
especialmente en la lucha contra las dictaduras en el Cono Sur. Fue un
aprendizaje notable, donde el viejo ideal de igualdad se articuló con la
salvaguarda de los derechos. Se apoyó su profundización y ampliación (en
especial con los de tercera generación). Hoy, las actitudes han cambiado, ya
que cuando se denuncian incumplimientos en derechos, hay reacciones
progresistas defensivas. En lugar de atender esos problemas, se cuestiona a
veces a los denunciantes o se critica la institucionalidad jurídica. Incluso
ponen en duda la validez de algunos derechos, como ha hecho Rafael Correa
diciendo que los derechos de la Naturaleza son “supuestos”.
4.
Constituciones y leyes. La izquierda
abierta insistía en recuperar el papel de las constituciones como el marco
básico compartido. Es más, bajo el progresismo inicial en Bolivia, Ecuador y
Venezuela, se aprobaron nuevas constituciones (con innovaciones sobre los
derechos), y nuevos ordenamientos normativos. A su vez, en todos los casos se
proponía reforzar la independencia, imparcialidad y capacidades del Poder
Judicial. Pero ahora el progresismo da señales contradictorias. Se incomoda con
obligaciones que le imponen sus propias constituciones, e incluso opera sobre
ellas para aligerar controles políticos, sociales o ambientales. Se toleran
desprolijidades en cumplir exigencias legales, manipular leyes o presionar al
Poder Judicial. Es más, en algunos momentos parecería que erosionan su propio
nuevo constitucionalismo.
5.
Corrupción. La izquierda
de fines del siglo XX era una de las más duras luchadoras contra la corrupción.
Ese era una de los flancos más débiles de los gobiernos neoliberales, y en
aquellos años la izquierda atacó una y otra vez en ese terreno, desnudando
negociados, favoritismos empresariales, etc. El progresismo inicial siguió en
ese camino, pero aquel ímpetu parece menguar. Hay varios ejemplos donde no ha
manejado adecuadamente los casos de corrupción de políticos claves dentro de
sus gobiernos, y en muchos casos la asignación de fondos públicos termina
repitiendo viejos vicios. Los casos ocurridos en Brasil, que involucraron a
muchos líderes del PT, son un ejemplo de las resistencias que se elevan desde
el poder. Asoma una actitud de cierta resignación y tolerancia.
6.
Movimientos sociales. La izquierda
latinoamericana durante décadas cultivó un relacionamiento estrecho con grupos
subordinados y marginados, y a su vez, éstos influyeron directamente en su
configuración. El progresismo inicial resulta de esa simbiosis, ya que gracias
a indígenas, campesinos, movimientos populares urbanos y muchos otros actores,
alcanzaron los gobiernos. Desde esos sectores populares surgieron votos, pero
también ideas y prioridades, y unos cuantos dirigentes y profesionales, muchos
de los cuales están ahora en los despachos estatales. Pero en los últimos años,
el progresismo parece alejarse de varios de estos movimientos populares, no
comprende sus demandas, y prevalecen actitudes defensivas en unos casos, a
intentos de división u hostigamiento en otros. Cuestiona tanto a ciudadanos
organizados, como a movilizaciones poco estructuradas pero potentes. Por
ejemplo, varios exponentes partidarios e intelectuales del progresismo
brasileño, calificaron que las manifestaciones de los jóvenes en las calles era
una expresión de derecha, una confabulación de la oposición, etc.; no
intentaron entender qué estaba pasando, sino que simplemente se defendieron
descalificando a los jóvenes en las calles. Se gasta mucha energía en
calificar, desde el palacio de gobierno, quién es revolucionario y quién no lo
es, y perdió los nexos con organizaciones indígenas, ambientalistas,
feministas, de derechos humanos, etc. Me pregunto, ¿qué hay de izquierda en
burlarse de un dirigente indígena? La desazón se expande ya que muchos líderes
sociales eran atacados en el pasado desde los gobiernos neoliberales, y ahora
vuelven a serlo, pero desde el progresismo.
7. Justicia
social. La izquierda clásica concebía a la
justicia social bajo un amplio abanico temático, desde la educación a la
alimentación, desde la vivienda a los derechos laborales, y así sucesivamente. El
progresismo en cambio, apunta sobre todo a una justicia como redistribución
económica, y en especial por medio de la compensación monetaria a los sectores
más pobres y el acceso del consumo masivo al resto. No niego ni la importancia
de esas ayudas para sacar de la pobreza a millones de familias, ni la
relevancia que los sectores populares accedan a servicios y bienes necesario.
Pero la justicia es mucho más que bonos, la calidad de vida es más que comprar
televisores, y no se la puede reducir a un economicismo de la compensación
económica.
8.
Integración y globalización. La izquierda
logró relanzar la integración regional y continental, y combatió esquemas de
liberalización comercial como el ALCA, los TLCS e IIRSA. Lanzó algunas
iniciativas muy interesantes, como el Tratado de Comercio de los Pueblos y
ciertos convenios bajo el ALBA, el SUCRE y el Banco del Sur. Esos esfuerzos se
estancaron bajo el progresismo. Lo que se mantiene es la retórica
latinoamericanista, pero no puede obviarse que no se logran políticas comunes
en sectores claves como energía, agroalimentos e industria. Hay avances en
algunos planos (como la integración cultural), pero los Estados siguen
compitiendo comercialmente, y no pocas veces apelan a trampas para-arancelarias
entre vecinos. Instrumentos antes criticados, como IIRSA, ahora reaparecen
dentro de UNASUR (bajo la llamada COSIPLAN). También, han aceptado la
gobernanza global de liberalizar el comercio, expresada en la OMC, batllando
por concluir un acuerdo comercial global (donde las negociaciones estuvieron
conducidas por un brasileño).
9.
Independencia y crítica. La izquierda
mantenía una estrecha relación con los intelectuales, los que a su vez nutrían
sus debates y ensayos. Más allá de discusiones puntuales, en aquellos tiempos se
respetaba la rigurosidad e independencia, y se aceptaba la crítica. Incluso se
buscaban ángulos originales, se hurgaba en lo que estaba oculto, y se navegaba
en una pluralidad de voces. El progresismo da señales que cada vez le gusta
menos la crítica independiente, y prefiere escuchar a los intelectuales amigos.
Y cuando los intelectuales amigos escasean dentro del propio país, los trae del
norte, aprovechando lo poco que saben de las realidades nacionales. Se
desconfía de análisis exhaustivos, y se prefieren las felicitaciones. Denuncia
a libres pensantes y reclama seguidores fieles. Muchas advertencias son
desoídas, para ser rápidamente tipificadas como disenso o traición. En fin,
parecería que antes que tener voces plurales e independientes, se busca el
apoyo publicitario.
10.
Discursos y prácticas. Finalmente,
en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo elabora
diferentes discursos de justificación política, a veces con una retórica de
ruptura radical que resulta atractiva, pero sus prácticas son bastante
tradicionales en muchos aspectos. Por ejemplo, los discursos por la Pacha Mama
se distancian de la gestión ambiental, se cita a Marx y Lenin pero los acuerdos
productivos son con corporaciones transnacionales, se proclama al Vivir Bien
pero se lo desmonta en la cotidianidad, se llama a la industrialización pero
las medidas son la apertura extractivista, se dice que responden a los
movimientos sociales pero se clausuran organizaciones ciudadanas, se felicita a
los indígenas pero se invaden sus tierras, y así sucesivamente. Al progresismo
se le hace cada vez más difícil responder a las contradicciones entre el
discurso y las prácticas. Sus estrategias extractivistas ejemplifican este
problema, ya que están repletas de impactos sociales o ambientales, o de
violaciones en derechos humanos. Como es muy difícil defender esas medidas con
argumentos serios, hay algunos que caen en respuestas simplistas, muchos
slogans, o incluso en burlas o desprecios. Se podrán encontrar casos, por
ejemplo, donde las denuncias de indígenas frente a mineras o petroleras, no
reciben respuestas que dejen en claro cuáles son las medidas ambientales que se
tomarán, y en cambio se acusa a los contaminados de ser antirevolucionarios. Un
día se dice que se usará la mejor tecnología del mundo, poniéndose como ejemplo
a los países industrializados, pero al otro día se batalla por imponer un
imaginario donde si los reclamos provienen de una ONG hay que sospechar, y si
esa ONG en algún momento recibió financiamiento desde Estados Unidos o Europa,
sería que tiene malas intenciones. El embate contra las organizaciones
internacionales cancela la posibilidad de solidaridad entre movimientos
sociales de distintos países. Pero también es un quiebre con la historia
reciente de la izquierda, donde tuvo enorme importancia el apoyo solidario de
ONGs y sindicatos de EE.UU. a muchas campañas nacionales y continentales
(posiblemente la más importante fue la lucha contra el ALCA). Prevalece,
entonces un discurso, donde hay unos cuantos muy entretenidos en demostrar
quién es más “revolucionario”, pero tienen enormes limitaciones para analizar
las propias prácticas.
Las razones
de dos caminos
¿Bajo qué
circunstancias comenzaron a separarse el progresismo de la izquierda? A mi modo
de ver esto tienen que ver con varios factores, y entre ellos deseo señalar al
menos cuatro.
Uno. La
necesidad de asegurar la marcha del Estado y la estabilidad económica, obligó a
que el progresismo gobernante se adaptara al capitalismo y la globalización, y
ello le significó quedar atrapado dentro del desarrollo convencional.
Dos. En la
gestión cotidiana no logró diseñar un número suficiente de instrumentos de
política pública alternativos, por lo que debió seguir usando muchas de las
herramientas convencionales. Ese uso no es neutro, y por esa vía se implantaron
políticas públicas que también son convencionales.
Tres. Ante
las elecciones, muchos progresistas se obsesionan con ganarlas a toda costa, y
eso los lleva a hacer y decir cosas extremas, aceptar alianzas con grupos
conservadores y hostigar toda voz crítica.
Cuatro. Las
épocas neoliberales dejaron de todos modos una impronta en la sociedad, donde
hay sectores importantes que apoyan al progresismo en tanto les asegure la
continuidad del desarrollo clásico.
Distintos
senderos
El
progresismo nació como una expresión reciente en el seno de la izquierda
latinoamericana. Maduró como una particular mezcla e hibridización de distintas
condiciones culturales y políticas, pero quedó enmarcado en las ideas
occidentales del desarrollo. No es una postura conservadora ni neoliberal, y
hasta podría entenderse que sus defensores lo presenten como una expresión de
izquierda, y como ha sido exitoso en varios frentes, cuenta con muchos apoyos.
Pero como acabamos de ver, ya no puede negarse que está en marcha una
divergencia entre izquierda y progresismo.
La
identificación de la divergencia entre izquierda y progresismo también resulta
difícil cuando se utilizan marcos analíticos propios del siglo XIX o del XX,
ensimismado con un capitalismo centrado en Estados Unidos y un mundo organizado
bajo su imperialismo. En cambio, ahora, en el siglo XXI, estamos frente a
capitalismos más diversificados, incluyendo la versión china, donde América
Latina navega un mundo más diversificado, donde persisten viejas relaciones
asimétricas a nivel global, pero se le han sumado otras como ocurre con China
(el gran consumidor de materias primas laitnoamericanas, proveedor financiero y
comerciante en manufacturas baratas), y nuevas configuraciones de poder dentro
del continente.
Esta gran
divergencia está ocurriendo frente a nosotros. Allí donde los estilos de
desarrollo progresistas generan contradicciones o impactos negativos, no
aceptan cambiarlos y, en cambio, reafirman el mito del progreso perpetuo. Sus
posturas redelimitan la política, sea por sus ajustes democráticos como por su
insistencia en diseminar la creencia de que casi todo es compensable
económicamente.
Tal vez el
progresismo rectifique su rumbo en algunos países, retomando algunos de los
valores de la izquierda clásica para buscar otras síntesis de alternativas que
incorporen de mejor manera temas como el Buen Vivir o la justicia en sentido
amplio. Sean esos u otros temas, en todos los casos deberá desligarse del mito
del progreso. Dicho de otro modo, es dejar de ser progresismo para volver a
construir desde la izquierda. En otros casos tal vez decida reafirmarse como
tal, profundizando todavía más sus convicciones en el desarrollo, cayendo en
regímenes hiperpersidenciales, extractivistas, y cada vez más alejados de los
movimientos sociales. Este es un camino que lo alejará definitivamente de la
izquierda.
http://accionyreaccion.com/
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“BORRANDO A PAPÁ” SORTEÓ LA CENSURA
Finalmente se estrenó Borrando a papá. En Internet (por YouTube), en salas de cine
(Espacio INCAA Km 3 - Arte Cinema - Salta 1620), y en centros culturales
independientes. La censura (o los intentos de censura por parte de diputadas
macristas y ONGs feministas alineadas al kirchnerismo) ya no pudieron con la
película-documental que cuenta con apoyo del INCAA y que entre otras cosas
revela que las nuevas políticas de género oficiales-imperiales están dañando a
millones de familias en el mundo, tanto a niños y niñas, como a sus padres y
madres, y hasta sus abuelos y abuelas, tíos y tías, primos y primas, hermanos y
hermanas, etc. Provocando muchos más abusos psicoemocionales y físicos, a raíz
del aumento multiplicado de falsas denuncias de género, que nunca son
investigadas, bajo lo que vemos como una suerte de nueva dictadura, ya que hay
una privatización y apropiación ilegítima de los hijos por parte de madres que
se vuelven denunciantes falsas para obtener a cambio el respaldo del Estado, y
sus fuerzas represivas -o de seguridad-, y así vengarse de sus exparejas, y en
el camino dañando a los hijos de ambos.
Por Xuan Pablo Gonzalez
Esto es debido a la distorsión de leyes, ideas y
conceptos, que son puestos en práctica con cierto orgullo o pedantería sádica:
por parte de funcionarios, periodistas, asistentes sociales y psicólogos estatales
o de ONGs de dudosa seriedad profesional, que abusan impunemente y
continuamente, de malas praxis. Y que son respaldados por el Estado y por fondos
privados de fundaciones con un pasado oscuro, y entre las que se han denunciado
en otros medios a las de las poderosas familias Rockefeller y Ford, por ejemplo,
que con sus fondos fueron capaces de apoyar crímenes de guerras, torturas y
experimentos genéticos nazis, -como por ejemplo denuncia el escritor uruguayo
Eduardo Galeano en su libro Espejos-,
y que casualmente también aportaron fondos para apoyar las últimas dictaduras
militares sudamericanas (que incluyeron casualmente robos de niños). En Borrando a papá se llega a mencionar la
posibilidad de algún tipo de “conspiración”,
o con$pira$ión, detrás de estas masivas problemáticas familiares
(filio-parentales) actuales, desencadenadas por las nuevas leyes neoliberales
de género. Y
citan a la especialista inglesa Erin Pizzey que ha dicho: “Pareciera como si hubiera una conspiración de silencio sobre las
enormes cifras de la violencia ejercida por las mujeres”.
De
hecho para entender esta problemática debemos retrotraernos a las ideologías dialécticas
comunistas-masónicas del siglo XIX, y citamos a Federico Engels con El origen de la familia, la propiedad y el
Estado: allí dice que “El hombre es
en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletariado”. De
hecho en el Manifiesto Comunista, los
masones Karl Marx y Engels hablan de “darle
muerte” a “la burguesía” para
instalar la “dictadura del proletariado”,
y abogan por la “¡Abolición de la
familia!”. O sea que en términos de género, el marxismo-hegeliano-masónico
aboga por “darle muerte” a los hombres
(como en el feminazi Manifiesto Scum
de la norteamericana Valerie Solanas, que intentó matar al artista pop gay Andy
Warhol), y en términos familiares: darle
muerte a los padres. Borrarlos, borrarnos, (Borrando a papá), e instalar una dictadura de la mujer, de las
madres. Lo curioso es que ni estamos en un comunismo, y que la “dictadura de la
mujer” promovida por los grandes ideólogos del comunismo, está bajo la
protección del Papá Estado, en estados capitalistas posmodernos neoliberales,
solventados por capitales privados del Imperialismo norteamericano y
transnacional, en un neopatriarcado estatal como dice hoy la anarquista
española María del Prado Esteban Diezma: “De la misma manera que los nazis usaron el sentimiento
antijudío para constituir su base de masas instigando el odio irracional y
alimentando el emocionalismo más exaltado, el prejuicio androfóbico está siendo
utilizado hoy por el poder con la misma función… La ley al establecer la especial
vulnerabilidad de las mujeres, su necesidad de excepcional protección hace gala
de un machismo mostrenco pues sustituye la tutela marital que establecía el
Código Civil… por la del Estado y sus instituciones y funcionarios, fundando de
esta manera un neo-patriarcado estatal, que no solo las ‘ampara’, sino que hace
recaer en ellas privilegios y ventajas innegables a cambio de la obligación de
guardarle obediencia y servirle en todo… el poder tiránico del Estado se
presenta como salvador aportando lo que le es más propio, la organización de la
violencia institucionalizada. Quebrados los lazos interhumanos, la policía y
los ejércitos aparecen como garantes de la civilización”. Y entonces
así como la dialéctica marxista-hegeliana-masónica propone un capitalismo vs.
comunismo, también propone un machismo vs. feminismo, para mantenernos desunidos
y dominados en este siglo XXI (el tres veces presidente democrático Juan Domingo
Perón en La Hora de
los Pueblos (1968), denunció que el “neocolonialismo
imperialista” era el mismo: “ya sea
bajo la hoz y el martillo como bajo las barras y las estrellas”. Ambos
constituyen “la sinarquía internacional,
de la que forman parte el capitalismo, el sionismo, el comunismo, la masonería
y el clero tradicional, apoyados por los cipayos” escribió Perón).
Y la película Borrando a papá pasa
revista de que el tema de la obstrucción de vínculos, tras separaciones y
divorcios, termina siendo alienante primero para los niños, y después para su
padre y su madre, antes que nada. Y esto no es porque las separaciones y
divorcios “conflictivos” sean los culpables, sino porque hay leyes que son
incumplidas (la Ley
24.270 de impedimento de contacto, por ejemplo), hay profesionales académicos
que representan a la justicia y a la psicología de género que son pedófilos
perversos y sádicos (como el caso de Jorge Corsi, también denunciado en la
película, que fue parte de la dictadura militar de Videla, y condenado recientemente
por la misma justicia), y hay ineficiencia y burocracia estatal, falta de voluntad,
y una fría mecanicidad para complicar en vez de resolver cuestiones familiares
que son emocionales y delicadas, que perturban y trauman a los seres más
indefensos de nuestras sociedades humanas: los niños y las niñas: nuestro
propios hijos e hijas. Y éste no es un tema o problemática nacional, sino
transnacional: lo mismo pasa en Chile, en Uruguay, en México, en EEUU, en
Alemania, en España, en Inglaterra, en Francia y en muchos países, la mayoría
(sino todos) de los países capitalistas del mundo, como muestra Borrando a papá.
De hecho llama la atención que los grandes directores de cine de nuestro
tiempo, y citamos ejemplos como el español Alex De La Iglesia (con su película Las Brujas de Zugarramurdi), y el
norteamericano Woody Allen (con Deconstruyendo
a Harry), nos muestran casos de
padres que terminan siendo acusados del “secuestro” de sus propios hijos porque
sus exmujeres no les permiten verlos -y los amenazan o denuncian falsamente con
la policía (el Papá Estado)-, ni relacionarse con ellos, y los niños son usados
de rehenes y maltratados psicológica y a veces físicamente por sus propias
madres, hasta el punto del asesinato como nos recuerda Borrando a papá, -y el sonado caso de una mujer brasilera que mató
a su propio hijo para “vengarse” de su exmarido argentino-. Y todas estas
películas, ficciones y documentales, están basadas en realidades mundiales
donde los hombres que somos padres somos culpables de todo tipo de barbaridades
por el sólo hecho de haber nacido hombres y haber tenido, querido y amado a
nuestros hijos, más que nada en el mundo, aún después de la separación de
nuestras exparejas, que elegimos para formar una familia, y por A o B no pudo
prosperar. Al menos unida, ya que Borrando
a papá también nos muestra la alternativa y la solución eficaz, rápida y
menos conflictiva y traumática para todo el grupo familiar ante una separación:
la tenencia compartida, esto es que los hijos puedan compartir la mitad del
tiempo con su madre tanto como con su padre, aún estando separados o divorciados.
Y las nuevas políticas de tenencia compartida sí son justamente “igualitarias”:
no hay privilegios “especiales” ahí: o todos son privilegiados porque pueden
compartir libremente su amor filial: hijos, padres y madres, abuelos y abuelas,
etc. No hay feminismo-matriarcal (la madre vale más que el padre) ni machismo-patriarcal
(el padre vale más que la madre): ahí sí hay una correcta igualdad de derechos
de género. Mitad y mitad. Una tercera alternativa ante la obsoleta y
reaccionaria dialéctica machista-feminista, que vimos tiene un mismo origen capitalista-comunista.
El hecho es que hay abusivos profesionales de la psiquis, asistentes
sociales, abogados y jueces, que hacen lo imposible para que los padres separados
seamos “desaparecidos” para nuestros
propios hijos: “huérfanos de padres
vivos”, eso nos muestra Borrando a papá.
Y lo que nos muestran estas otras películas citadas antes, es que un padre
puede desesperarse ante tanta abusiva y absurda injusticia, por no poder estar
con sus hijos que son lo que más ama, y ser capaz de hacer “locuras”: locuras
como encadenarse a un juzgado, disfrazarse de superhéroes y subirse a
monumentos, trepar puentes y colgar carteles pidiendo un poco de justicia, etc.
como también muestra Borrando a Papá,
en casos reales, concretos, actuales, mundiales. No violentos.
En estos últimos meses las directoras (Ginger Gentile
y Sandra Fernández Ferreira) y el productor (Gabriel Balanovsky) de la película
han desfilado por distintas radios, canales de televisión, diarios y revistas,
denunciando que hay todo una “industria”
que se beneficia económicamente, detrás de todas estas historias familiares:
familias que son destruidas no por la falta de amor de los padres y los hijos,
sino por una ideología de género fascistoide (feminazis llaman algunos a las y
los feministas alineados a estas nuevas “dictaduras” sexistas perversas, como
recuerda Borrando a papá), que ante
una separación agudiza la victimización de las mujeres-madres-volviéndolas
victimarias, demoniza a los hombres-padres-volviéndolos víctimas, y desprotege
y daña aún más a los niños-hijos-volviéndolos supervíctimas por excelencia. Y
que aumenta la intraviolencia familiar en vez de disminuirla, como muestran las
estadísticas del mundo. Ideologías de género que como la mayoría de ideologías
que conocemos y aplicamos sin estudiarlas demasiado –o al menos hacen eso
nuestros representantes-, son foráneas: vienen del Norte, de EEUU o de Europa,
de los centros de poder mundiales de los últimos, al menos 200 años. Y “No es cierto que la ideología de género
pretenda ayudar a la mujer… pues no reconoce a la mujer”, dicen
las propias mujeres independientes, como desde nuestra tierra sudamericana
afirma Beatriz Eugenia Campillo Vélez. (Y recordemos que las directoras de Borrando
a papá llegaron a ser amenazadas y difamadas antes del estreno de la
película, por sus varios censuradores feminazis).
Ideologías de género que acá en Suramérica son neocolonizantes, y que en
EEUU (imperio militar actual, que bombardea e invade países del mundo como
parte de sus hábitos cotidianos, una idiosincrasia que la vuelven la nación con
más gente armada y más presos en el mundo, la más violenta, la que produce y
vende más armas, y las usa, la que consume más drogas ilegales y legales, la
más hipócrita y corrupta de las naciones, que más bases militares tiene en el
mundo: más de mil, y la que armó el Plan Cóndor y las dictaduras militares
neoliberales, etc., y que con el FMI y fondos buitres, etc. aplica extorsiones
y un “terrorismo” económico, como dijo
la misma presidenta Cristina Fernández de Kirchner, etc.) se aplican de igual
manera. Cuando el personaje de Woody Allen es arrestado en su propia película
dice algo de que: “Es su hijo, y ¿cómo si
es el padre va a secuestrar a su hijo?”. Cuando sólo se lo había llevado
unas horas para que el niño viera que el padre era premiado en una Universidad,
ante la negativa de su exmujer a cambiar el día de sus “visitas paternas”.
Allen hace una parodia del hecho, satiriza el absurdo y la injusticia de las
leyes y la realidad, como hace De La
Iglesia: su personaje, disfrazado del “Cristo” crucificado, también
“secuestra” a su hijo, por que su exmujer le restringe la relación con el niño,
cuando éste prefiere estar con el padre que con la madre. De La Iglesia va con su sátira
más lejos que Allen, recrea y subvierte aún más la realidad metiéndose con la
brujería, las fuerzas oscuras, y el poder y la realidad de los mitos arcaicos.
Y en estas películas los villanos son los jueces, abogados y la maquinaria “infernal”
de un sistema judicial desigual, injusto,
para todos. Y Borrando a papá entronca
entonces con estas geniales y graciosas ficciones, pero desde el lado
documental, denunciando valiente y abiertamente algunos personajes reales de
carne y hueso, enquistados en posiciones de poder en medios televisivos estatales
o instituciones judiciales y psicológicas corruptas, en este nuestro país que
llamamos Argentina.
Borrando a papá nos muestra una realidad más desnuda, dramática y local, tanguera en
cierto punto (y tangueros son los Padres del Obelisco, que también reclaman por
sus hijos “secuestrados” por sus madres-y-el Papá Estado, y que en cierta forma
y en pleno centro porteño recrearon y reactualizaron simbólicamente la lucha de
Madres de Plaza de Mayo) desde el dolor que provocan en los hombres-padres, tantas
irregularidades y yerros que llegan a ser disparatados. Porque como dijo por
otro lado Susana Trimarco, la madre de Marita Verón, secuestrada por una red
mafiosa y poderosa de trata de personas, que es protegida por el mismo poder
judicial que el que denuncia Borrando a
Papá: “Desgraciadamente la justicia
que tenemos es una justicia que hace injusticias” (Trimarco).
Para cambiar la realidad primero hay que tomar conciencia de la misma: y
esta película es un espejo de una realidad oculta, que no por nada, quisieron
censurarla, mantenerla oculta: y generó tanto revuelo y cosechó tantos enemigos
antes de su estreno, en pocos meses. Enemigos que desde el prejuicio, o desde el
verse desnudados y exhibidos en su abominable corrupción ante el gran público,
trataron de tapar la luz: la luz de cientos y miles y millones de historias de
amor truncadas que esperan una justicia eficaz y real, que vele por la salud
integral de nuestros hijos e hijas de una vez. La película está estrenada, y
todos y todas podemos verla. En el cine, en espacios culturales independientes,
o por la red virtual de Internet, en la página de Borrando a papá.
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