1 de marzo de 2009

Dime lo que interpretas y te diré quién eres

¿CUÁL ES EL VERDADERO PODER DE LOS MEDIOS? (PRIMERA PARTE)

En un acto que se llevará a cabo el 18 de este mes, en el Teatro Argentino de La Plata, la Presidenta anunciará -¡por fin!- el envío al Congreso del proyecto de ley de Radiodifusión. Se supone que el documento estará basado en los 21 puntos consensuados por la Coalición para una Radiodifusión Democrática. El espíritu del proyecto tendería a limitar o cercenar el poder de los multimedios. Desde distintos sectores políticos y/o corrientes de pensamiento se sostiene que es necesario controlarlos porque son capaces de manipular la información a su antojo, y por lo tanto nos hacen creer todo lo que ellos quieren que nos creamos ¿Es realmente así?

Por Marcelo R. Pereyra



La discusión por la verdadera dimensión que tiene el poder de los medios se relaciona directamente con los efectos que la información puede producir en sus públicos, y esto a su vez se conecta con el grado de pasividad o actividad que puedan tener los receptores. Es decir, por ejemplo, que si la información es interpretada con la misma clave, o en el mismo sentido, con que fue producida por el periodista, el poder de los medios sería absoluto porque los receptores no seríamos capaces de advertir la ocultación, la deformación o la mentira en la superficie discursiva de las noticias. A través del tiempo el pensamiento científico sobre el papel del receptor se fue modificando. La siguiente reseña da cuenta de algunos de los modelos teóricos que discutieron estas cuestiones durante los últimos 70 años.

En 1930 pareció en Estados Unidos la teoría de la aguja hipodérmica (magic bullit theory). Inspirada en la psicología conductista, intentaba analizar los comportamientos de los individuos frente a los estímulos provocados por los mensajes de los medios de comunicación. Entendía que si el proceso de comunicación era eficaz, los mensajes serían “inyectados” con éxito en un receptor pasivo, que reaccionaría de acuerdo a lo esperado solamente por haber recibido repetidas veces el mensaje. Pensada específicamente para investigar las conductas de los votantes, esta teoría sirvió de marco para los trabajos de la Mass Comunication Research, una corriente teórica preocupada por el carácter instrumental de los medios y sus efectos sobre los sujetos.

Hacia 1960 se formalizó una teoría de los usos y gratificaciones. En esta teoría la pregunta central ya no era qué hacen los medios con sus públicos sino qué hacen éstos con los medios. No obstante, la pregunta no se refiere ni considera a los públicos insertos en un contexto sociomediático, sino que indaga en los mecanismos psíquicos por los cuales el sujeto obtiene una gratificación al consumir medios. Aquí no importa el mensaje, sino qué hace con él el receptor. La teoría de los usos y gratificaciones entonces, al preocuparse más por la finalidad y las motivaciones individuales en el uso de los medios, que por las causalidades morales o políticas de los efectos que podrían provocar, da cuenta de un receptor que goza de total autonomía.

Otros modelos teóricos conciben a la comunicación de masas como un proceso de ida y vuelta, lo que implica la plena actividad del receptor aunque no necesariamente en un plano de igualad o simetría con el emisor, pero que en definitiva conlleva cierta construcción de sentido. Los estudios en comunicación y cultura, corrientes teóricas organizadas alrededor del eje comunicación-cultura-medios, se han preocupado por indagar las prácticas sociales puestas en juego en la producción y el consumo de medios, partiendo de la concepción de la cultura como espacio de lucha por la apropiación del sentido en la sociedad capitalista. Dentro de este campo teórico pueden incluirse los estudios culturales británicos, que emergieron en los ‘60 como un proyecto para aproximarse a la cultura desde perspectivas críticas y multidisciplinarias. Esta corriente sitúa a la cultura dentro de una teoría de producción y reproducción social y describe los modos en que las formas culturales sirven a la dominación social, o bien habilitan a los lectorados/audiencias para resistir y luchar contra la dominación. Es la cultura entonces la que puede promover la dominación o la resistencia. En consecuencia, se distinguen de las teorías idealistas, textualistas y extremadamente discursivas, que sólo reconocen a las formas lingüísticas como constitutivas de la cultura y la subjetividad. Estos estudios tomaron la noción de hegemonía de Antonio Gramsci para analizar el poder e introducir la necesidad de considerar las negociaciones, los compromisos y las mediaciones. De este modo las relaciones sociales, comprendidas en términos de poder social, son vistas como un espacio de lucha permanente entre los que tienen y los que no tienen poder. Por lo tanto, el terreno de la cultura es el de la lucha por la apropiación del sentido. Las clases dominantes intentan “naturalizar” el sentido, como un sentido común. Y las clases subordinadas se resisten a este proceso y tratan de construir sentidos que sirvan a sus propios intereses.

En un comienzo, los estudios culturales británicos se centraron en los textos, con un fuerte anclaje en la semiótica. Luego, las investigaciones derivaron al estudio de las audiencias, con lo que produjeron en el campo de la etnografía. Sus estudios sobre ideología, dominación y resistencia, y la política de la cultura, los llevaron a mostrar cómo la cultura proveía al mismo tiempo herramientas y fuerzas de dominación y recursos para la resistencia y la lucha. Esta preocupación por lo político puso énfasis sobre los efectos de la cultura y el uso de la audiencia de los artefactos culturales.

Al desplazar su interés del estudio de los textos al de las audiencias, y luego, en especial a la etnografía de las audiencias, con la influencia de los trabajos de antropólogos como Geertz y Clifford, surgirá desde Birmingham la teoría de la recepción activa, en la que el contexto de la recepción es central para entender el papel activo del receptor. En Family Television. Cultural Power and Domestic Leisure (1986) Morley exploró las interacciones en el seno de la familia, alrededor de la pantalla chica, en el contexto natural de recepción de la televisión, el universo doméstico. Este fue el punto de partida de una amplia interrogación sobre los géneros populares (sit coms, deportes, variedades, soap operas, series policiales). Se trataba de dilucidar cómo esos programas encaraban las contradicciones de la vida y de la experiencia de los hombres y las mujeres de vastos segmentos sociales, y cómo participaban en la construcción de un sentido común popular.

El auge de la investigación empírica de la audiencia de los medios en los ‘80 fue en parte resultado de una crítica a las aproximaciones demasiado estructuralistas del pasado. Estas habían usado patrones de consumo de los medios que se entendían siempre como efecto predeterminado de alguna estructura más fundamental: la estructura económica de las industrias culturales; o la estructura política del estado capitalista; o la estructura psíquica del sujeto (Lacan). En los ‘90 Morley hizo una revisión crítica de lo elaborado y teorizado en la década anterior con respecto a la teoría de las audiencias activas. En ella reafirmó dos de las hipótesis centrales de los estudios culturales -sobre las que se edificó la teoría del consumo de los medios, y su relación con una sociedad donde imperaba una “democracia semiótica”-: la actividad de las audiencias y el carácter polisémico de los textos. No obstante descartó la posibilidad de que las audiencias puedan desviar o modificar cualquier ideología dominante que aparece en los contenidos de los medios.

En la América Latina de los ‘70 y ‘80, los investigadores en comunicación trabajaron bajo la influencia de los primeros trabajos de Birmingham y de los textos de Gramsci. A ello sumaron teorizaciones sobre la cultura popular para realizar investigaciones sobre las relaciones entre medios, géneros, audiencias y relaciones sociales y políticas; trabajos que, en un primer estadío, fueron inscriptos en lo que fue el contexto amplio de las llamadas luchas por la liberación de fines de los ‘60 y principios de los ‘70.

Néstor García Canclini, Renato Ortiz, Muniz Sodré, Jesús Martín-Barbero, y en Argentina, Jorge Rivera, Aníbal Ford, Eduardo Romano, Oscar Landi y Beatriz Sarlo incorporaron como objetos de estudio, desde formulaciones teóricas y políticas distintas, diversas formas de la cultura popular, en especial las formas massmediatizadas: los diarios y las revistas, el consumo de los medios, su producción y distribución, el género policial, la historieta, el tango, el teatro, el cine, los radioteatros, las telenovelas, como formas en las que se hacen presentes las luchas sociales y la macroestructura social, económica y política. Particularmente la recepción se presentó como una cuestión que posibilitó el estudio de la producción de sentido de las clases populares, a partir del rechazo, en un primer momento, de todo determinismo tecnológico y textual. Al igual que en los estudios culturales británicos, las prácticas de los sujetos fueron centrales en esos estudios.

(Fin de la primera parte)

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