9 de diciembre de 2010

Chismorreo de alto vuelo

LAS “REVELACIONES” DE WIKILEAKS

El “revuelo” por las “revelaciones” de WikiLeaks se parece muy mucho a un programa televisivo de chimentos sobre la colonia artística. Y sin embargo eso es precisamente lo que más les molesta a muchos; esto es, que se haya hecho público aquello nunca debería haberse sabido ya que pone rojos de vergüenza a sus responsables. Hillary Clinton, jefa de la diplomacia de EE.UU. ha llamado por teléfono a los mandatarios “escrachados” para disculparse por la publicación de los cables, pero no se ha disculpado por la política de relevamiento de información. Es cierto: ella no inventó esta política, pero tampoco la canceló.


Por Marcelo R. Pereyra


EL SECRETO ES SALUD


"Información es lo que no queremos que se publique, todo lo demás es propaganda”
(Lula Da Silva, presidente de Brasil)

Desde hace unos días los medios del mundo occidental no dejan de hablar del “escándalo” producido por la publicación de cables emitidos por las embajadas de EE.UU. Los documentos no contienen información sensible que pudiera afectar la seguridad de los países involucrados, ni la del Tío Sam, por supuesto. Pese a ello, la señora Hillary Clinton ha dicho que estas publicaciones pusieron en riesgo la vida de muchas personas, sin aclarar a qué personas se estaba refiriendo y por qué sus vidas estarían en peligro. Con todo, el frío análisis de lo publicado hasta la escritura de esta nota no desvela nada que no se supiera o se supusiera. Antes bien confirma la enfermiza compulsión de los servicios secretos estadounidenses por acumular datos, aún los más banales, sobre toda figura pública y gobernante que ande por ahí. Y como los satélites y otros dispositivos electrónicos de vigilancia no sirven para este propósito, porque se ocupan de relevar la información militar, el trabajito sucio lo hacen los embajadores, devenidos en chusmas de barrio.

Convencidos de que tener información es tener poder, gobiernos de los países más poderosos del mundo se dedican a acumularla. Por otra parte, todos los gobiernos destinan ingentes esfuerzos a evitar que se conozca lo que ellos conocen (y hacen): a esto se lo llama la cultura del secretismo. Contra esta cultura se han levantado organizaciones no gubernamentales que pugnan por la sanción de leyes de acceso a la información pública. En los Estados Unidos la ONG National Security Archive (NSA) desclasifica documentos secretos de todas las oficinas del gobierno gracias a la Freedom of Information Act, una ley de acceso a la información pública que el Gran País del Norte sancionó en 1966, en plena Guerra Fría. Tal vez por ello nunca se cumplió acabadamente, o mejor dicho, se cumplió parcialmente según los gobiernos. En una entrevista periodística, el director del proyecto Cono Sur de la NSA resaltó cuán subjetivo es el secretismo, pues el “secreto de Estado” es un concepto que muta con cada gestión presidencial: “Cada presidente evalúa qué es seguridad nacional y decide ampliar o encoger el universo de la información reservada. Si se lee el decreto de Ronald Reegan sobre FOIA se ve que todo documento es clasificado hasta que se pruebe lo contrario. El de Clinton dice que todo documento es desclasificable. George W. Bush mantuvo el de Clinton pero tachó líneas, dice que si hay dudas de que un documento debe quedar a la menor o mayor clasificación, debe quedar a la menor; es decir que si se duda en que (sic) un documento es top secret o no, pues lo es”. (“Un experto en secretos”, Página/12, 19/6/2005).

Como sea, es mejor tener este tipo de leyes que no tenerla. Argentina no la tiene gracias a Cristina Fernández, que cuando era senadora y presidía la Comisión de Asuntos Constitucionales cajoneó un proyecto que ya tenía media sanción de Diputados.


COLOR LOCAL


Aquí, en estas pampas bárbaras, el “escándalo” del chismorreo de los embajadores yanquis desenmascarado por WikiLeaks adquirió un indisimulado tono local, sui generis podría decirse. Como algunos de los cables conocidos no favorecían la imagen de la Presidenta ni la de su Jefe de Gabinete, la prensa adicta al gobierno intentó minimizar los posibles efectos negativos que podría tener la aparente preocupación de la administración de Barack Obama por la salud mental de Cristina Fernández y por las relaciones con el narcotráfico de Aníbal Fernández. A los pasquines kirchneristas y al programa recontra alcahuete “6, 7, 8”, el intento les salió mal: en vez de quitarle importancia al asunto, lo agrandaron; y todo para aprovechar la oportunidad para pegarles a “los medios hegemónicos”, como gustan llamar a Clarín y La Nación, quienes tuvieron la “culpa” de reproducir las informaciones originadas en los cinco diarios que recibieron los cables filtrados por WikiLeaks.

Los comunicadores oficialistas pusieron en duda la legitimidad de la fuente que proveyó la información a WikiLeaks y concluyeron en que todo era una operación de los “medios hegemónicos” para desprestigiar a la Primera Viuda de la Nación. Olvidaron aclarar los escribas y lenguaraces del gobierno que los medios de comunicación con frecuencia son el escenario de todo tipo de operaciones políticas. Incluso puede suceder que un medio se preste gentilmente a este tipo de operaciones, infringiendo a sabiendas todos los códigos de ética y manuales de estilo habidos y por haber. Los gobiernos son en estos casos los inspiradores y facilitadores de la opereta: cuentan para ello con la asistencia inestimable de la siniestra Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE), un organismo de “inteligencia” que acumula información “sensible” sobre todo y sobre todos en sus temibles carpetas. En la jerga política/periodística ocurre un “carpetazo” cuando se hace público el contenido de una de esas carpetas con la manifiesta intención de perjudicar a alguien. Por ejemplo, Página/12 publicó el 10 de septiembre 2006 el legajo de la SIDE del diputado Juan José Álvarez. Sin explicar cómo había obtenido ese documento, el diario puso énfasis en un solo dato del legajo: que Álvarez había trabajado en la misma SIDE durante la dictadura 1976-1983 ¿Por qué se lo quiso perjudicar? Porque en ese momento Álvarez se había pasado a las filas de Roberto Lavagna, el ex ministro de Economía de Néstor Kirchner que se había anotado como candidato para las elecciones presidenciales de 2007.

Un tiro por elevación, como quien dice.



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