LOS
CONFLICTOS SOCIALES DE NAVIDAD
…Y cuando creíamos
haber superado lo peor de un pasado de crisis económica y convulsión social;
cuando los discursos presidenciales nos hablaban permanentemente de un
maravilloso presente y de un futuro aún mejor; cuando estábamos muy ocupados
discutiendo todo el tiempo de medios, leyes, jueces y fragatas, un día cerca de
Navidad, así, de repente, sentados frente al televisor, nos dimos cuenta de que
en el país todavía había pobres…
Por Marcelo R. Pereyra
PAPÁ NOEL NO USA POLLERAS
Las administraciones de Néstor Kirchner y
Cristina Fernández han venido manejando hasta aquí la cuestión social con
sobrada eficacia. Ya desde el primer gobierno, en 2003, con el recuerdo fresco
de los saqueos de diciembre de 2001 y el crecimiento constante del activismo piquetero
supieron controlar una situación social signada por una desigualdad creciente:
primero fueron por las cabezas de algunos dirigentes sociales y de derechos
humanos, adquiriendo su buena voluntad con planes de vivienda y asistencia, con
cargos políticos y legislativos y con otras prebendas. Luego encararon un programa de asistencia
social extendido, como lo es la Asistencia Universal por hijo, y después diseñaron
un plan de subsidios a las tarifas de los transportes y de los servicios
públicos. Este plan ha venido planchando los valores tarifarios hasta extremos
ridículos, ocultándose que, paralelamente, se deben pagar impuestos altísimos
para poder financiarlo y para que los concesionarios de transportes y servicios
obtengan grandes utilidades sin la obligación de invertir un peso en obras y/o
en equipamiento: el accidente del tren en la estación Once es el ejemplo más
trágico de esta política.
Con todo, estas y otras medidas y políticas
habían logrado barrer la basura debajo
de alfombra; esto es, habían logrado ocultar que los planes de asistencia y subsidios
no habían logrado reducir la brecha social porque esa brecha es más grande en 2013 que en 2003. Estrictamente
hablando, el asistencialismo nunca puede solucionar una cuestión que es estructural
porque solamente asiste y se supone que lo hace de una manera coyuntural y a
corto plazo. Los subsidios y el asistencialismo nunca podrían modificar una
sociedad profundamente injusta como la de esta Argentina neoliberal, pero hasta
la Navidad de 2012 al menos habían servido al objetivo político de silenciar cualquier expresión de descontento
como las de diciembre de 2001.
Pero algo pasó esta última Navidad: todo el
tinglado asistencialista, pacientemente construido a lo largo de diez años, se
derrumbó de un plumazo. Y así, cuando
creíamos haber superado lo peor de un pasado ominoso de crisis económica y
convulsión social; cuando los discursos presidenciales nos hablaban
permanentemente de un maravilloso presente y de un futuro aún mejor; cuando
estábamos muy ocupados discutiendo todo el tiempo de medios, leyes, jueces y
fragatas, de repente, sentados frente al televisor, nos dimos cuenta de que en
el país todavía había pobres y de que Papá Noel no usa polleras.
YO TAMBIÉN QUIERO
En muchos lugares del mundo las fiestas de fin
de año son la apoteosis del consumo. Regalos, viajes, grandes comilonas…Los
shoppings protagonizan esta fiebre consumista y alienante. Todo el mundo se
desespera por consumir -es casi una obligación-, incluso los pobres. El
problema es que a los pobres les cuesta más que a los demás, pero no se
resignan a que sea así. En algún reclamo salarial de fin de año se ha escuchado
más de una vez que “queremos poder poner algo en la mesa”. Por eso no debe
llamar la atención que estas necesidades se desborden. Por unos días los pobres
suspenden su acatamiento a un sistema que los margina y quieren ser parte de
los demás, aún sabiendo que unos días más tarde todo volverá a ser como siempre.
En estas necesidades insatisfechas, en estas
ganas de tener un poquito los pies dentro del plato capitalista, hay que buscar
las explicaciones a los saqueos navideños. No es exactamente el hambre, sino
las ganas de consumir como los otros, lo que los motiva. Por supuesto que la
ocasión se aprovecha para procurarse otros elementos-símbolo de nuestra
sociedad como los plasmas: “Si todos tienen uno, yo también lo quiero”, dicen
los excluidos del sistema, y entonces directamente se apropiaron de ellos. Pocos,
muy pocos, se llevaron otros electrodomésticos. Con un plasma vendido por ahí
también se podía comprar mucha más comida y sidra de la que puede entrar en un
carrito.
¿Qué también hubo delincuentes en los
entreveros? Sí, pero sólo para aprovechar el río revuelto por los pobres. ¿Qué
hubo operadores políticos? Es posible, pero fueron casos aislados y sin
magnitud. Y en todo caso fueron funcionales a las explicaciones del gobierno,
que gusta aprovechar estas ocasiones para atacar a sus enemigos políticos como
recurso para ocultar sus responsabilidades políticas. Como se ha dicho,
asistencialismo y subsidios son sólo paliativos. Habrá que hacerse cargo de que
Marx está muerto y enterrado, pero la sociedad de clases está vivita y coleando
y con ella la desigual distribución de los bienes y la riqueza, la explotación
del hombre por el hombre y la consecuente exclusión de los de abajo.
Feliz 2013.
REVISTA CONTRACULTURAL
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