1 de noviembre de 2001

Falta envido y truco

Más que un juego, una costumbre

Luego de un nuevo octubre eleccionario, donde la desesperanza y el escepticismo parecen haber sido los candidatos mejor posicionados, una mirada introspectiva hacia las costumbres argentinas puede darnos los por qué de semejante resultado. Más allá de ideologías políticas o de medidas económicas, la raíz de la problemática nacional podemos encontrarla en aspectos culturales y educacionales con los que nos hemos formado como sociedad.

por Javier Cacio


“Qué ves? Qué ves cuando me ves? Cuando la mentira es la verdad...”, versa alguna estrofa comprometida del rock nacional, y tal vez sirva como puntapié para poder interpretar la realidad de nuestra sociedad.

Evidentemente las elecciones legislativas del pasado 14 de octubre constituyen una excelente medida para indagar sobre la correspondencia que necesariamente debe existir entre lo que se dice y lo que se hace. Esto es, dentro del ámbito político, entre los discursos de los candidatos, donde lo que abundan son réplicas para con los gobernantes de turno y promesas de todo lo que se llevará a cabo, y lo que finalmente se concreta en realidad.

Sería muy osado, y tal vez demasiado atrevido afirmar que estos discursos electoralistas están constituidos en su totalidad por MENTIRAS. Pero bien, para no salir del cauce del respeto, podemos reemplazar “totalidad” por “mayoría.” Lo que resulta bastante complicado es encontrar algún concepto para suplantar la palabra “MENTIRAS...”

En definitiva, sin entrar en la especificidad de los números, las últimas elecciones han dejado al descubierto una clara protesta por parte de la población a través del mediatizado “voto bronca” respecto de las mentiras con que los candidatos políticos se abren camino en pos de ejercer su vocación de brindar servicio a la gente y de luchar por y para los más necesitados...

Más allá de la ironía, la inestabilidad emocional con que los argentinos transitamos este nuevo milenio, impacta a la hora de ejercer nuestro derecho civil, y más de una pregunta resonga de nuestras gargantas: ¿Es que no existe ningún candidato capaz de asumir una campaña de manera sincera y realista con proyectos concretos? ¿ O es que en política lo que menos importa es la puesta en práctica de lo que se promete en las plataformas? ¿Acaso no es una verdad a las claras que los funcionarios gubernamentales argentinos cuentan con privilegios económicos totalmente disparatados con relación a la realidad que atraviesa el país, reflejada en la calidad de vida de la población? ¿Acaso no es verdad que las remuneraciones políticas, sus jubilaciones, sus gastos reservados, sus facultades para nombrar a una conglomeración de asistentes, ayudantes, secretarios, etcétera, constituyen una inmoralidad en una realidad donde se recortan los salarios de los empleados públicos como argumento para palear el déficit fiscal, dentro de un plan económico que ha quedado sin brújula? . Tal vez no sea que la brújula esté perdida, sino que contrariamente, sólo indica hacia un sólo lado: el “norte...”

Claro está, esta idea de las MENTIRAS, tan ancestral desde la época en que Adán engañaba a Eva, no es exclusivo de un grupo de personas con aptitudes a funcionarios públicos en campaña electoral, y mucho menos de nuestro bendito país. Pero, después de todo: ¿Para qué tenemos esta democracia que tanto nos costó?, diría algún personaje de edad mayor, de sexo femenino, con nombre de una flor... Bueno, pues estamos bajo un sistema democrático no sólo para expresar nuestras ideas libremente y sin ningún tipo de censuras. También tenemos derecho a elegir a quienes se postulan como los más aptos, capaces y comprometidos para representarnos y responder a nuestras necesidades y demandas de ciudadanos.

Lamentablemente la sensación reinante es que nuestro derecho poco y nada importa, quedando sólo la obligación de un voto estéril. Pero obviamente hoy no es 28 de diciembre y la inocencia no está muy cotizada. Nadie pretende escuchar de un candidato: “Vótenme a mí porque soy simpático, por más que el país esté cada vez peor y no tenga arreglo”, pero no por eso debemos soportar puñados de mentiras en donde se embanderan ilusiones, tales como la creación de miles de puestos de trabajos, más presupuesto para los sectores de salud y educación, mayor asistencialismo a los más necesitados, más beneficios a los jubilados, cuando luego en la realidad todas estas cuestiones, no sólo se dejan de lado, sino que a la hora de simplificar gastos, los sectores sociales son los más castigados, sufriendo recortes permanentes.

Darse cuenta de todo esto no es para nada dificultoso, pero inevitablemente el tiempo transcurre y la precariedad aumenta en todos los niveles. La desazón de las generaciones de individuos, tanto las mayores como las más jóvenes es alarmante. Tan alarmante que lo que se está generando simbólicamente es una gran deuda interna para con todos los ciudadanos de parte de los funcionarios, y de seguir así se llegará a un punto en que, quizá la otra deuda, la externa, sea superada por la deuda interna, lo que traería aparejado toda una sensación de desesperanza y descreimiento, mezclados de una extrema impunidad. El gran riesgo que hay detrás de esta puesta en escena es que pueda tambalear esa democracia que anteriormente se citaba en boca de Doña Rosa...

Ahora bien, el quiebre en todo lo señalado hasta aquí radica en un reconocimiento de ciertas conductas “improcedentes”, como es el hecho de enarbolar una idiosincrasia de vida a partir de mentiras, de transgresiones permanentes de las normas establecidas, de un cada vez mayor desinterés hacia el otro, y de una falta de ética, fundamentalmente de quienes les ha sido delegado el mandato de gobernar, pero que de ninguna manera les merece absoluta exclusividad. Es decir, y aquí hemos llegado a la punta del ovillo, los argentinos como nación, como sociedad, y primordialmente como pueblo, a través de los años, hemos acuñado y llevado como una marca registrada esa "viveza criolla" que supimos acrecentar para distinguirnos de otros pueblos. Lamentablemente cargamos con una fama que poco nos ha favorecido.

La mentira, la transgresión de normas, el desinterés hacia el otro, la pérdida del respeto, el abuso de las libertades, forman parte de una cultura que, como sucede en las películas, en manos de “el mal”, puede ocasionar daños como los que vemos día a día en nuestro andar cotidiano, en un país cada vez más estancado y paralizado. Claro, citando en esta oportunidad a un famoso conductor de televisión: “como todo tiene que ver con todo”, sin una política que invierta dinero en educación, estas cuestiones básicas y necesarias nunca van a poder ser aprendidas y consolidadas para manejarnos en todos los órdenes de la vida.

No es pretensión afirmar que absolutamente todos los políticos son mentirosos y corruptos, sino que es en el ámbito de la política donde se capitalizan las conductas de las personas que sí poseen estas características, que traen consigo como producto de una formación personal y que bien podrían ser canalizadas en otras profesiones. ¿O acaso no existe la mentira, el engaño y la corrupción en ámbitos empresariales privados, en los clubes de fútbol, en los medios de comunicación, donde a la hora de sacar provecho de un golpe de efecto, vale la publicación de cualquier noticia, sea verdad o no? ¿O acaso los argentinos no festejamos con una sonrisa socarrona cuando algún jugador del seleccionado nacional de fútbol hace un gol con la mano? ¿O acaso cuando se forma una larga fila a la entrada de algún recital de música, no buscamos siempre la manera de evitar la demora y tratamos por todos los medios de adelantarnos, sin respetar a quien se encuentra primero? ¿O es que en determinados lugares donde se prohibe fumar, no se observa a quienes encienden sus cigarrillos sin importarles esto...? La lista podría ser inagotable y abrumadora, pero son ejemplos de acciones sencillas y cotidianas que experimentamos y que simplemente marcan una manera de ser “muy argentina” como consecuencia de lo anteriormente apuntado: una falla en la educación e instrucción.

Es de esperar que de aquí a algunos años se pueda revertir la precariedad asistencial de todos los sectores sociales, principalmente de la educación, que a muchas generaciones nos toca vivir. A pesar de las crisis dirigenciales, de la falta de consenso político, los ciudadanos comunes, en definitiva, quienes conformamos la población de este país, no podemos dejar de bregar y exigir a quienes nos gobiernan, ya sea a través de protestas o manifestaciones, la aplicación de políticas que impulsen y reviertan esta compleja situación coyuntural. Hay un viejo dicho que promulga: “ la esperanza es lo último que se pierde”, y este es el espíritu con que se ha escrito la presente. Más allá de la interpretación ácida y crítica de la realidad, el deseo sigue latente. Como en una partida de truco, cuando las cartas no son buenas, en este caso, antes que mentir y seguir jugando, preferible barajar y dar de nuevo...

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