EL
DELITO Y LA POBREZA IRRUMPEN NUEVAMENTE EN LAS AGENDAS POLÍTICAS Y MEDIÁTICAS
En las últimas semanas, el
delito y la pobreza han vuelto a ocupar lugares centrales en el debate público.
El primero, como es habitual, porque se sucedieron en un corto lapso varios
hechos delictivos. La segunda, porque, por primera vez en muchos años, se
difundieron dramáticas estadísticas. Son dos problemáticas muy relacionadas
porque son la expresión y la consecuencia de un sistema de explotación de los
que menos tienen. El delito no es una cuestión de falta de control y castigos
débiles, sino la consecuencia de profundas desigualdades. Mientras que la
pobreza es inherente al sistema, porque el sistema necesita pobres para
funcionar.
Por Marcelo R. Pereyra
LO QUE HAY QUE DECIR
La
pobreza y el delito no son problemáticas novedosas ni tienen períodos de agudización.
Por el contrario, son históricamente crónicas. Han estado desde siempre ahí, en
la estructura de la sociedad. No son un exabrupto, no son un tumor extirpable, son
un constituyente regular. Claro que hay sociedades y sociedades. Hay algunas de
ellas que son más desarrolladas, justas
e igualitarias. En esas el delito tiene menor magnitud, al punto que han
llegado a tener que cerrar cárceles (Ver
por ejemplo “Holanda alquila sus cárceles a otros países ante la escasez de
reclusos”, en http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-03-15/holanda-alquila-sus-carceles-a-otros-paises-ante-la-escasez-de-reclusos_1169051/).
América Latina es todo lo contrario, pero particularmente desde mediados de los años 70,
cuando estalló en toda la región una crisis económica sin precedentes. El ocaso
del modelo neo keynesiano, precipitado por la crisis del petróleo, y un
crecimiento constante de la deuda externa en todo el subcontinente crearon las
condiciones necesarias para la instalación del Nuevo Orden neoliberal. Así,
desde que en 1980 los EE.UU. decidieron aumentar las tasas de interés y el
valor del dólar, se encareció el crédito y la deuda externa adquirió
dimensiones desmesuradas. Para la renegociación de la deuda los organismos
financieros internacionales impusieron recetas monetaristas y planes de
"ajuste". De esta manera los latinoamericanos terminaron pagando la
deuda con más endeudamiento. Como consecuencia de estas políticas se agudizaron
situaciones que ya existían: desigualdad
en la distribución del ingreso, desempleo, marginalidad, y, sobre todo,
pobreza.
En
la Argentina la pobreza adquirió, como no había sucedido en el pasado, una
dimensión pública en tanto que fue -y es- objeto de acciones y reacciones,
proyectos y discursos, políticas y ocultamientos. En la ciudad de Buenos Aires el aumento dramático de
la pobreza comenzó a hacerse más evidente a principios de los 90, cuando cada
vez más pobres comenzaron a recorrer las
zonas céntricas en procura de algún sustento. Desde entonces los recolectores informales de residuos
-"cartoneros"-, los "sin techo" que habitan precarias
viviendas bajo un árbol frondoso en una plaza céntrica, los jóvenes que limpian los vidrios de los
autos en los semáforos, los niños que
mendigan, y los hambrientos que revuelven los restos de comida de los
restaurantes son algo habitual. Frente a esta nueva
dimensión de la pobreza la política y la
sociedad solo reaccionan cada vez que se hace público algún informe proveniente
del gobierno o de alguna institución privada con alarmantes cifras de pobreza e
indigencia, de desnutrición infantil o de mortalidad neonatal. Los medios se
suman a la confusión general construyendo una información
sobre esas estadísticas que carece de la necesaria contextualización: las
cifras parecen salidas de la nada. En los años más recientes el kircherismo
solucionó de un plumazo este problema: directamente dejó elaborar estadísticas
sobre la pobreza (Ver “Oficial: el INDEC dejó de medir la pobreza”; Clarín, 6-10-2015). Y si las elaboraba
no las hacía públicas.
Otras
veces la pobreza es construida en los
medios desde formas narrativas y
retóricas sensacionalistas, a partir de dramas individuales en los que
lo más importante es mostrar cuánto sufren los pobres, qué desamparados están y
qué buenos que son los que aguantan todo esto sin salir a la calle a protestar.
Algunos periodistas y economistas los describen como sujetos anómalos que no han sabido, o querido,
aprovechar las “oportunidades” que el modelo pone a su disposición. Es decir
que explican la pobreza por la idiosincrasia de los pobres. Así, un problema
social se reduce a uno individual.
EL DELITO ES DE NOSOTROS, LA
POBREZA ES AJENA
Vastos sectores de las clases medias y altas consumen vorazmente
noticias sobre el delito y sobre las medidas que adoptan los gobiernos al
respecto. Y las comentan todo el tiempo,
mitad alarmados, mitad indignados. Ya se ha convertido en un tema de
conversación tan popular y cotidiano como el fútbol o los chimentos sobre la
farándula. Esta última a veces se cruza con el delito cuando una celebrity es asaltada o cuando formula
drásticas expresiones del tipo “el que mata tiene que matar”. Es decir que,
pese a su gravedad, el tema, en algún punto, se ha banalizado.
En cambio para estos sectores la
pobreza es un problema de otros. Esos otros cuya presencia en las calles mendigando,
viviendo o revolviendo contenedores genera la incomodidad de la culpa. En
efecto, en nuestra sociedad de “ganadores”, individualista e insolidaria, los
pobres parecen producir más disgusto que conmiseración, más rechazo que vergüenza y más alarma que
pena. La alarma proviene de la asociación ilícita del delito con la pobreza, un fenómeno que ha sido
observado en otros países latinoamericanos. En la sensación de amenaza que los
que tienen menos les generan a los que tienen más, la acción de los medios es fundamental,
porque en sus secciones policiales los pobres son los victimarios por
excelencia. En efecto, el hábitat de la pobreza suele ser presentado como el
del delito. Los barrios del sur de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense
son los escenarios del crimen más jerarquizados en las noticias. Se publican
estadísticas, mapas e infografías que señalan cuáles son las zonas donde se denuncian y/o cometen más
delitos (y que por lo tanto resultarían las más peligrosas). En el caso particular
de la zona norte del Gran Buenos Aires, los informes publicados subrayan el riesgo que representa el hecho de
que los countries y barrios cerrados
tengan en sus cercanías barrios pobres, dándose a entender así que hay riesgo
de delito porque hay pobres, y sobre todo porque
los pobres viven cerca de los ricos.
Y AHORA, ¿QUÉ HACEMOS?
Argentina,
como todos los otros países del sistema capitalista, ha sido y es gobernada por
distintas facciones de la clases dominantes. Nunca el país ha sido gobernado
realmente por el pueblo. En todo caso fue conducido por quienes dijeron representarlo, aunque en
los hechos gobernaron para conservar y/o profundizar unas relaciones sociales
de producción injustas y desiguales. Y esto corre para los dos líderes más
populares que ha tenido el país, Irigoyen y Perón, y para sus émulos, como Alfonsín
y los Kirchner, por ejemplo.
Los
gobiernos burgueses no pueden hacer mucho por el delito y la pobreza, porque,
en definitiva, ellos mismos son responsables directos de ambas problemáticas si
no hacen nada por superar las desigualdades sociales que están en la base de las
dos. Por eso, cuando delito y pobreza irrumpen en la escena pública, solo
atinan a emparchar. Es lo máximo que pueden hacer. Entonces, para combatir el
delito solo piensan en aumentar los policías y las cámaras de vigilancia, o en
elevar las penas, o en trasladar gendarmes de aquí para allá. Innumerables “planes”
para “combatir la inseguridad” han sido presentados en los últimos años. Todos
fracasaron. Arslanian, Rico, Béliz, Stornelli: no importa el apellido, todos
los responsables de la seguridad, también fracasaron, y los que vengan también
fracasarán. Sólo tratan de salir del paso, hacer como que hacen algo, y aguantar hasta donde puedan.
Con
la pobreza pasa lo mismo. Cuando las cifras ya son escandalosas se acude al
asistencialismo: pueden ser las cajas PAN de Alfonsín o los planes sociales de
Duhalde. El asistencialismo además tiene la ventaja de contribuir a los
triunfos electorales, como bien lo ha comprobado el kirchnerismo. Luego puede
haber algunas ayudas circunstanciales –como el ridículo bono que se está
discutiendo ahora-, o subsidios para los
servicios públicos y el transporte. Pero a la larga todo ello se agota y hay
que “sincerar” la economía. Y no hay mucho más que eso.
Delito
y pobreza no son lo mismo. No todos los que delinquen son pobres, y tampoco
todos los pobres delinquen. Pero sí existe una relación directa entre los
delitos contra la propiedad –robos y hurtos- y el grado de desigualdad social y
económica que existe en una sociedad. Por eso delito y pobreza ponen en cuestión
al modelo de dominación vigente. Son la consecuencia y la cara más visible del
neoliberalismo. Una cara que se intenta ocultar porque desnuda su esencia; son
una imagen otra, no querida, del ideal social.